Hace alrededor de tres décadas que Venezuela era prototipo de prosperidad, economía fuerte y clase media poderosa. Hoy, consecuencia del despilfarro y la reducción de los precios del petróleo, es un ejemplo de inestabilidad política y social que preocupa a todo el mundo y, en especial, a Latinoamérica.
República Dominicana, con recursos naturales y potencial turístico generadores de divisas (dólares) está viviendo una época de despilfarro parecida a la de los venezolanos, con la diferencia de que nuestras riquezas no son petroleras y el agravante de que la producción y exportación de rubros generadores de dólares se ha cambiado por un festival de préstamos y/o emisión de bonos que progresivamente está hipotecando al país, sin inversiones reproductivas o multiplicadoras de capitales.
Cuando la moneda venezolana valía mucho más por su respaldo petrolero, los venezolanos visitaban en calidad de turistas a los principales destinos que la propaganda promueve, especialmente los Estados Unidos y Europa; en uno de esos lugares (perdón por no poder especificar) turistas venezolanos fueron bautizados como los indios “tabarato” porque cada vez que veían o pedían algún precio de cualquier artículo o suvenir, basados en su envidiable poder adquisitivo de la época, exclamaban “ta’barato”, actitud que desapareció juntamente con la declinación de la bonanza petrolera.
Ahora, nuestros gobernantes negociadores de préstamos, ven como “baratos” todos los intereses y plazos que nos ponen los prestamistas internacionales, porque el deudor es el pueblo y la hipotecada no es su residencia ni ninguna de sus propiedades particulares; para ellos el término “público” es sinónimo de “de nadie” y quien aporta los pagos es su actual políticamente adquirida, e incansablemente ordeñable, vaca nacional.