Como me canto, me lloro

Como me canto, me lloro

PEDRO GIL ITURBIDES
En la biblioteca del Congreso federal de Estados Unidos de Norteamérica, en Washington, encontré una vez copia de un estudio relacionado con la presa de Tavera. Mi sorpresa fue enorme, pues databa del 1933. Al volver a Santo Domingo lo procuré en el Archivo General de la Nación. Pero no fue encontrado. Mientras laboraba en la Biblioteca Nacional, la institución donó libros a varias bibliotecas establecidas por Ayuntamientos. Años más tarde, trabajando en la Liga Municipal Dominicana, procuré ver aquellos libros. Mas no se encontraban.

En algunos casos, como en el Palacio Municipal de Oviedo, en la lejana provincia de Pedernales, ya no existía la biblioteca. Invitados a dar una conferencia el 8 de diciembre de 1986, nos dirigimos al local de ella, en tanto esperábamos por el inicio de la actividad.

Sorprendido un guardián, al contemplar con la seguridad que marchábamos hacia el ala este de la edificación, nos pidió darle tiempo para localizar al Síndico del Municipio. Le dijimos que no era necesario, pues no habría de tomar nada de sus estantes. Pero mientras removía el llavero vuelto un manojo de nervios, insistió en localizar al ejecutivo del gobierno local.

Mientras lo contemplaba salir presuroso, debo haber pensado que tal reacción “eran cosas de pueblo”. Empero, no eran cosas de pueblo, sino de nuestro pueblo. Porque en materia tan simple como la conservación de documentos, exhibimos gran displicencia. Volvió con Amílcar Terrero Pérez, el Síndico de aquellos años, interesado en averiguar qué deseábamos en la biblioteca. Comprenderán que le dio brega ceder. Cuando finalmente se dispuso a abrir la “biblioteca”, explicó que la había encontrado en las condiciones que me mostraba. Era un oscuro depósito de material gastable de limpieza, piezas automotrices averiadas, neumáticos usados y mobiliario roto.

Esta conducta, rayana en la desidia, se corresponde con el secular irrespeto a todo cuanto entrañe orden y exaltación del saber. En las bibliotecas públicas y en las universitarias, no pocas veces los usuarios optan por cortar las páginas de su interés inmediato. No pocos sustraen la publicación misma, para dar rienda suelta a inclinaciones cleptómanas en menoscabo de la colectividad. Se afirma que documentos del Archivo General de la Nación han sido vendidos en algún momento, en detrimento de la memoria histórica del país.

A la luz de todo lo dicho, pienso que de alguna manera tenemos que conservar ediciones príncipes de la bibliografía dominicana, documentos de valor histórico, antiguos periódicos y otras publicaciones. Yo, que tan escaso afecto muestro hacia el sistema informático, me inclino reverente ante su versatilidad y utilidad, para este fin. Aunque también vindico la utilidad de sistemas de reproducción fotográfica miniaturizada.

Jorge Alfonso Lockward Pérez, Fonchi, acostumbraba adquirir documentos relacionados con la historia dominicana, en sistema microfilmado. Un ejemplo es su obra “Documentos para la historia de las relaciones Domínico-Americanas”. Fue elaborada a partir de documentos que adquirió en la biblioteca del Congreso, en Washington, copiados por este sistema de nanofotografía, en películas y fichas.

La microfilmación, el copiado electrónico y la digitalización son alternativas a las que tenemos que recurrir para conservar impresos de valor histórico. Admito que la recuperación de las informaciones archivadas por cualesquiera de tales procedimientos tiene ventajas sobre la recuperación manual de tarjetas y fichas. Además, en los casos que exista la necesidad de preservar documentos en papel muy deteriorado, es recomendable su reproducción facsimilar por microfilmación o copiado electrónico.

La ventaja de ello es que puede multicopiarse todo cuanto de este modo se reproduzca. Esto permite que estos materiales se encuentren con más facilidad al servicio del público, en una misma institución, o en entidades afines. También podrían venderse esas reproducciones, como ocurre en centros de documentación del exterior, con documentos relacionados con la vida de los dominicanos. Los mismos podrían ser recopiados para estos fines, en microfichas, microfilmes, disquetes o discos compactos.

Este procedimiento permitiría tener a buen recaudo los libros y documentos originales. El investigador, el lector y cualesquiera otros curiosos, recibirían para consulta, estas copias facsimilares, electrónicas o fotográficas, lo que satisfaría el pedido y vedaría el camino a las tentaciones menos santas.

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