Oficialmente hablando, Juan Bosch nació el 30 de junio de 1909, en La Vega. Como el mismo dijo “al pie de una cadena de montañas y en el borde de un valle que lleva su nombre, Valle de La Vega Real; porque el pueblo originalmente fundado por Colón, a unos siete u ocho kilómetros de distancia de donde está ahora, desapareció con un terremoto que lo destruyó en diciembre de 1562”.
De su infancia en La Vega, y luego en El Pino y Río Verde, guardó Juan Bosch los recuerdos de sus años más tiernos: su hermano Pepito, el carnaval, hacer máscaras para los diablos cojuelos, o chichiguas y pájaros para los muchachos; aprender a leer y escribir con la maestra Anita de Camps, ir a la escuela de Panchita Sánchez, hecha en un bohío de tablas de palma y yaguas. Esperar las vacaciones para jugar pelota en la sabana de Villa Carolina, ir a nadar al río Camú o pescar camarones en Pontón.
Y los recuerdos de la miseria: “En la región donde yo viví de niño -dijo Bosch- la muerte era un compañero constante (…) Uno tenía un amiguito y de pronto le decían que se había muerto”. Esas vivencias fueron una fuerza que lo empujó a otra vida, y así siguió naciendo: “Otros jóvenes querían ser ricos, tener una buena casa o buena bicicleta, pero a mí no me interesaba nada de eso, porque no podía desprenderme del recuerdo de esos niños que vi, los hijos de los campesinos golpeados por el hambre”. Así las cosas, reconocía como la fuente de su condición de político y escritor “mi respeto y mi amor por el pueblo. Yo empecé desde muy niño a admirar, a querer y a respetar a la gente del pueblo de mi país”.
Pero volvió a nacer, casi cumpliendo los treinta años, cuando había escapado de las garras del tirano Trujillo que quería domesticarlo convirtiéndolo en diputado, y empezó 23 años de destierros y luchas, lleno de dudas sobre su proyecto de vida:
“El hecho más importante de mi vida hasta poco antes de cumplir 29 años fue mi encuentro con Eugenio María de Hostos, que tenía entonces casi 35 años de muerto. El encuentro se debía al azar; pues, buscando trabajo, lo hallé como supervisor del traslado a maquinilla de todos los originales de aquel maestro (…) Hasta ese momento yo había vivido con una carga agobiante de deseos de ser útil a mi pueblo y a cualquier pueblo, sobre todo si era latinoamericano; pero, para ser útil a un pueblo, hay que tener condiciones especiales. ¿Y cómo podía saber yo cuáles condiciones eran esas, y cómo se las formaba uno mismo si no las había traído al mundo, y cómo las usaba si las había traído? La respuesta a todas esas preguntas, que a menudo me ahogaban en un mar de angustias, me la dio Eugenio María de Hostos, 35 años después de haber muerto”.
Fue tan impactante que declaró en 1976 que, si algún día se justificara escribir sobre su vida, habría que empezar diciendo:
“Nació en La Vega, República Dominicana, el 30 de junio de 1909, y volvió a nacer en San Juan de Puerto Rico a principios de 1938, cuando la lectura de los originales de Eugenio María de Hostos le permitió conocer qué fuerzas mueven el alma de un hombre consagrado al servicio de los demás”».