Como no es de nadie…

Como no es de nadie…

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Ahora que tanto se habla y se habla y se habla y no se hace nada y no se hace nada y no se hace nada en relación a esos supuestos prevaricadores que aparecen en cualquier gobierno, como condición sine qua non para que dicho gobierno se respete, me puse a hacer diferencias. En el caso de esos individuos, es notorio el hecho de que los bienes de que se apropian tienen dueño. El famosísimo pueblo. Por tanto, dichos individuos son lo que se denomina comúnmente «amigos de lo ajeno».

Por definición, éstas son personas a las que por alguna razón se les dificulta trabajar como los demás para alcanzar ciertas metas y, aprovechando otras habilidades natas, mueven hacia su entorno los dineros del prójimo.

Dentro del grupo hay infinitas subespecies: banqueros fraudulentos, ladrones de automóviles, prestamistas (en todas sus variedades), algunos comerciantes y hasta chiriperos. Hay que hacer notar que esta afección no discrimina en cuanto a edad, sexo, raza, religión o nivel social o económico.

Son entes peligrosos, qué duda cabe, pero no son los únicos. Hay otro grupo sumamente interesante que también se apropia de cosas que no son suyas, pero de otra manera. Y tenemos entonces a ese que llamaríamos «amigo de lo que no es de nadie». Este es un individuo al que no se le pueden endosar los feos epítetos de los que se hacen merecedores los mencionados anteriormente. Estos últimos son inocentes y mansos corderitos y las situaciones en que se ven involucrados son consecuencia de imprevisiones debidas a su falta de malicia.

Usted llega a su casa y ve su área de estacionamiento ocupada por un vehículo desconocido. Piensa, inocente usted también, que su amigo Fulano está en buenas, se compró una yipeta y vino a «ponérsela a la orden». Pues no. Usted está siendo víctima de un amigo de lo que no es de nadie. Y usted dirá: ¿cómo que de nadie? Pero su carro no estaba ahí, por tanto, ese parqueo no es de nadie, por tanto, el «yipetú» lo ocupó. Un asunto de pura lógica. Así de fácil. No le reclame al usurpador. No trate de hacer valer sus derechos. No le va a servir de nada. Lo más común es que el tipo le diga… eso mismo. El parqueo vacío…, yo no voy a dejar este vehículo en la calle…, no va a llegar por ahora…, yo bajo en un ratico… y ¡ya! Se le monta el espíritu del «propietariado».

No valen los letreros. En determinadas circunstancias, el ya de por sí alto índice nacional de analfabetismo crece repentinamente en cantidades asombrosas. Y nadie sabe qué dicen. En ocasiones, cuando usted va a reclamarle, el infractor saca una sonrisa estereotipada de algún bolsillo y, con voz empalagosa, masculla algo que usted debe entender como una excusa. En caso de no aceptarla y proceder a recriminar al distraído, usted verá como el individuo va subiéndose y subiéndose hasta hacerle ver a usted, sí, a usted, que usted no es más que un buen abusador. Desconsiderado avasallador de un pobre hombre cuya única falta fue la de toparse con un energúmeno como usted, carajo, así no hay país que progrese. Y se va muy ofendido.

El caso relatado es quizás el más sencillo e inocente, aunque hemos sabido de algunos que acaban a balazos y hasta con algún muerto. Ese es el modus operandi de esta otra variedad. Que también tiene numerosas subespecies. De ellas conocemos, por ejemplo, al que ocupa un puesto «vacío» en una fila que puede ser de un banco, un supermercado o un cine. Inclusive de carros. Entre dos personas hay un espacio, por tanto, no hay nadie, por tanto, está vacío y, por tanto, ¡fuá! yo quepo. Por eso es que en las filas de este país, el que va llegando siempre se coloca desagradablemente cerca del anterior produciéndose en muchas ocasiones el contacto físico, absolutamente inaceptable en otras sociedades. Por múltiples y variadas razones. Pero ni piense mal. No pasa nada. Es pura protección contra los amigos de lo que no es de nadie.

La lista es larga. Los terrenos que no son de nadie son otro buen ejemplo. Al que le gustan los ocupa cual colonizador del viejo oeste norteamericano. Una vez asentado allí, ya veremos. A los dos días, si no ha habido movimientos raros, se ve aparecer un principio de rancho, una mata de plátanos y otras dos o tres cositas. Si este es su caso, ande vivo, porque de aquí a un tiempito de nada, resulta que esa propiedad que no era de nadie, ya tiene dueño. Y no es usted. En ese momento, empieza a aparecer una mansión en la que fue su propiedad y los dueños del conuco original se esfuman como por arte de magia.

Muchas veces, como se puede ver, estas situaciones tiene que tratarlas uno mismo, ya que no están definidas en ningún código de derecho. Ayudaría, obviamente, la educación de ambas partes para resolver el conflicto. Incluso para no llegar a provocarlo. Por ahora, ármese de paciencia y recuerde que hay muchos que lo resuelven todo de una manera muy sencilla. Simplemente le dicen a uno con una amplia sonrisa: «Es que somos así.»

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