Cómo perder una guerra con deshonra

Cómo perder una guerra con deshonra

Cualquier país con cierta Historia, tiene sus episodios sucios que intenta borrar sin exponerlos demasiado al voyeurismo internacional. En algunos casos, fueron atropellos llevados a cabo por un grupo de desalmados que arrastraron a sus huestes a pasar a sangre y a fuego todo un poblado vietnamita.

En América o en Flandes cometimos tropelías aisladas pero en ningún caso fue algo institucionalizado y para muestra los españoles que crearon el Derecho de Gentes, base del Derecho Internacional actual, o el Padre Bartolomé de Las Casas que cual Amnistía Internacional de la época, denunció vehementemente el maltrato a los indios. Puestos en los platillos de la balanza, España se comportó razonablemente bien en su colonización.

Los Estados Unidos, que tantas cosas buenas ha aportado al mundo contemporáneo, tiene una cultura que no solo está basada en los jeans, las hamburguesas, la Coca-Cola o las películas del Oeste. Han construido una industria de mistificación de su Historia radicada en Hollywood. Que sean personajes como Jane Calamity, Billy el Niño, el general Custer y su Séptimo de Caballería, o los hermanos Frank y Jesse James, todos han sido embellecidos hasta hacerlos irreconocibles. Una pandilla de desaforados, de renegados, impuso la ley del más fuerte en los Estados Unidos al otro lado del Mississippi. La glorificación de forajidos y su elevación al olimpo de la valentía individual y de la audacia, forma parte del universo infantil de los Estados Unidos y el nuestro a través de su cine. Jamás hemos dado a Rodrigo Díaz de Vivar o a Gonzalo Fernández de Córdoba un trato similar. Creemos que El Cid y El Gran Capitán realizaron hazañas portentosas pero el instinto nos dice que también debieron cometer algún desmán. En Estados Unidos es impensable que cualquiera de sus héroes tenga que ver con el banditismo. Desde la más tierna infancia se machaca la mente infantil hablando de peligros tremendos que amenazan la humanidad y en los que un sagaz y valiente estadounidense salva la Civilización de una hecatombe. Que sean enemigos llegados de otros planetas, peligrosísimos microbios o gigantescas tarántulas, ahí estará siempre el Rambo, el Therminator, el prototipo del americano bondadoso, creyente en Dios, valiente y arriesgado. Si algún actor extranjero es capaz de representar ese prototipo, puede alcanzar el rango de Gobernador de California.

Con esos mimbres y la pasión exacerbada por todo lo privado, un ejército americano nos vendió la idea de que luchaba para salvar al mundo de terribles armas de destrucción masiva en manos de un terrorista llamado Sadam Huseín, compìnche de Osama bin Laden. Cuenta Richard A. Clarke, que fuera ocho años Presidente del Grupo de Seguridad y Lucha Antiterrorista del gobierno de EE.UU., que cada vez que le hablaba a Bush de Bin Laden, éste pedía pruebas de que Huseín estaba involucrado. El hijo quería acabar lo que Bush padre, respetando los límites impuestos por la ONU en la liberación de Kuwait, no había terminado en 1991: la conquista de Bagdad.

Y en España, como si fuésemos un país de nuevo cuño, de nuevos ricos deseosos de alternar con la crême de la crême, nos lanzamos a la aventura contra el moro. Resucitábamos una lucha de Reconquista, que nuestros modestos comics personificaban en el Guerrero del Antifaz. Ya se que José María Aznar no es vallisoletano (bastantes quejas he recibido por haberlo dicho erróneamente) pero esa Castilla legendaria que no existió tal y como la relataban los libros de Historia del franquismo, es la que lleva en su cabeza como personal cosmogonía de España. Estados Unidos, en sus informes sobre la combatividad de los españoles en el sector Centro-sur de Irak (véase el The New York Times de 17 de abril, 2004, mencionado en uno de mis anteriores artículos), nos desprecia sin paliativos. Pero creíamos en la utilidad de nuestra amistad con Washington. Colin Powell, hace unos días, habla del tema de Perejil como de ese estúpido islote que le mareó durante dos días por la insistencia de Ana Palacio colgada del teléfono por un lado y el rey Mohamed VI por el otro. El mismo Powell reconoce que la UE se puso del lado de España mientras los países árabes lo hacían del lado de Marruecos. Aquí se vendía la idea de que Francia no había querido colaborar con nosotros. Colin Powell lo desmiente. @Es una historia tonta, pero ilustra muchas cosas@ concluye el jefe de la diplomacia americana. (Cuaderno de Bitácoras)

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