¿Cómo prefieres leer? ¿Libros digitales o impresos?

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Desde tiempos inmemorables el ser humano ha sentido la necesidad de plasmar sus conocimientos, creencias y vivencias en un marco que perdure y resista al tiempo. En el período prehistórico protagonizado por el hombre de las cavernas, las paredes de las cuevas servían como lienzo para  sus dibujos y/o manifestaciones pictóricas.

Más adelante, se desarrollaron unos soportes de escritura importantes para su época como las tablillas de arcilla, el rollo de papiro, el códice y el libro impreso. Este último comienza a partir de 1450, cuando un orfebre de origen alemán, Johannes Gutenberg, inventa la imprenta de tipos móviles en Europa. Una creación decisiva para la difusión del saber a gran escala.

Cualquier amante de la literatura en papel diría que leer un libro impreso es navegar por los mares de los sentidos al acariciar su silueta rectangular y la textura del papel; sentir las emociones que viven los personajes y su autor; observar la singular portada, encuadernación y las tipologías de sus letras; olfatear su esencia impregnada por su elaboración y escuchar la viva manifestación de sus páginas al hojear el libro. Un verdadero deleite y placer convertido en una obra de arte, un equilibrio entre su mágico contenido y el continente.

Lev Grossman, escritor y periodista estadounidense, es un apasionado del libro en papel. Para confirmar su idea hace alusión a las Confesiones de San Agustín cuando éste escuchó un mandato divino en voces de niños que le decían “toma y lee”,  para que abriera el códice de la Biblia y lo leyera en el primer capítulo que encontrara.  Grossman afirma que será necesario oír a Dios decirle “enciende y lee” para dejarse llevar por el nuevo y transcendental soporte de lectura que seduce a los nativos digitales.

Sin embargo, muchos son los lectores habituales devora libros, que poco les importa el medio de lectura, siempre y cuando, puedan leer y convertir la información en conocimiento y/o gozar del placer de la lectura por sí misma. Además, de aprovechar las ventajas de tener cientos de libros en un dispositivo ligero, búsqueda de palabras y la tinta electrónica que imita el impreso.

 

 

El  lector de libros electrónicos (Ereader) es el nuevo soporte del libro. Su evolución y aceptación en el mercado es motivo suficiente para preguntar: ¿desaparecerá el libro impreso? ¿Qué prevalece: el contenido del  libro o su continente que encuaderna las páginas?

Posiblemente la misma historia se aproxime a una respuesta. El libro, entendido en su sentido físico, ha vivido múltiples variaciones en su formato por la constante búsqueda de un soporte manejable y duradero, que se adapte a las nuevas situaciones sociales y a las exigencias de la sociedad, en muchos casos, impuestas por el mercado.

Es por esto último, que se percibe un proceso de digitalización artificial, adulterado por la gran influencia que ejerce en las sociedades democráticas el fenómeno monopolístico de Apple, Google y Amazon. Su avasallante poder logra que los consumidores den el giro a la lectura digital sin percatarse de la manipulación de la industria. Es una realidad  inminente e indetenible que transforma a los usuarios y los vuelca a la Era de la “pantallización”.

Sin embargo, el soporte no debería de importa ni inquietar. Preocupa más, si se pierden los hábitos de lectura, el verdadero enemigo del libro. Se entiende que el arte de vestir a los libros (encuadernado) proporciona información sobre la obra y actualmente sería imposible sustituir los valores agregados que ofrece el continente de un libro, pero lo cierto es, que llegará el tiempo en que será suplantado por otros valores equivalentes y se contemplará toda su riqueza sin importar el soporte de lectura. Si la imprenta de Gutenberg facilitó la difusión del conocimiento a gran escala, el nuevo concepto de libro es un fenómeno que aparentemente democratizará la cultura del conocimiento en masas.

Amantes de la lectura: ¿importa el soporte? Sinceramente, no. Pero yo continuaré amando el libro impreso y a la vez, consumiendo los digitales. Al igual que Emilio Torné, vicedecano de la Facultad de Documentación de la Universidad de Alcalá, no amo a los libros impresos porque sean mejores, los amo porque nunca me han fallado. 

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