Recibir con gratitud es honrar lo recibido. Y, en este caso, el más alto homenaje que puede rendir la República Dominicana es aprovechar en toda su dimensión las normas de origen que abren la puerta a una ventaja competitiva invaluable para nuestras exportaciones hacia el mercado estadounidense.
Muchas empresas ya venían beneficiándose de este mecanismo ágil y confiable. Hoy, cuando nuestros productos enfrentan un entorno arancelario más severo, la aplicación rigurosa y precisa de estas disposiciones resulta no solo conveniente, sino imprescindible.
El principio es diáfano: toda empresa dominicana que exporte a Estados Unidos o Canadá debe cumplir con las reglas de origen del DR-Cafta para que su producto sea reconocido como “regional” y pueda acceder, así, a un trato arancelario preferencial. Cuando el exportador utiliza insumos provenientes de Estados Unidos —nuestro socio comercial—, estos se consideran contenido regional, de modo que su valor puede deducirse del pago de aranceles.
Consciente de la trascendencia de que las empresas exportadoras hagan las debidas diligencias, instituciones como el Ministerio de Industria, Comercio y Mipymes y el Consejo Nacional de Zonas Francas exhortan de manera constante a aprovechar en plenitud este beneficio.
De obrar así, la posición comercial del país —ya ventajosa, pues gozamos de una tarifa mínima del 10 % frente a otras naciones que enfrentan gravámenes mucho más altos— podría robustecerse aún más, gracias a la elevada proporción de insumos y materias primas que nutren nuestras exportaciones. De hecho, somos una de las economías cuyas ventas externas poseen un mayor componente de importaciones provenientes de Estados Unidos.
No todas las exportaciones, sin embargo, obtendrán el mismo nivel de beneficio: la magnitud dependerá del tipo de producto y de su grado de vinculación con proveedores estadounidenses, lo cual determina qué parte de su valor exportado corresponde a insumos de ese origen. En el caso de las zonas francas —verdaderas locomotoras de nuestras exportaciones hacia Estados Unidos—, el componente importado suele ser alto, pues buena parte de su producción se sustenta en ensamblajes y transformaciones ligeras de insumos foráneos.
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Las cifras son elocuentes: en el actual escenario arancelario, el descuento derivado de las compras de insumos y materias primas estadounidenses puede representar para nuestros exportadores un auténtico tesoro, más que una simple concesión. Estudios del CNZFE y de la OEI estiman que el valor agregado local oscila entre el 25 % y el 40 % del valor exportado, lo que implica que el componente importado alcanza entre el 60 % y el 75 % en muchas líneas productivas.
Aunque no todos esos insumos proceden de Estados Unidos, sí lo hace la mayor parte. De ahí que pueda inferirse que el arancel efectivo que enfrentan nuestras exportaciones podría reducirse en tres, cuatro o incluso cinco puntos porcentuales, sin que ello represente pérdida alguna para la economía estadounidense. Al contrario: lo concedido se transforma en vínculo, en lazo que se fortalece con el tiempo.
La sabiduría nos recuerda que “el fruto que legítimamente nos pertenece no debe dejarse secar en la rama por descuido”, menos aún cuando la tierra se ha vuelto, en parte, árida para sembrar.