Cómo se despide a un gran amor

Cómo se despide a un gran amor

Hace tiempo que las palabras no se me antojaban tan tristes. El papel, ese que me ha soportado por casi dieciséis años, dejó de ser mi aliado para convertirse en un enemigo que lastima y hace daño.

Con mil emociones atragantadas y un terrible dolor, resulta difícil escribir. Al intentarlo, no puedo más que recordarme de él. Por eso hoy, en lugar de pensar en las cosas que abaten nuestros días, no puedo más que dedicarle estas líneas.

Nunca habría querido hacerlo. Hubiese preferido postergarlo más. Pero Dios se lo ha llevado, inexorablemente, y ya sólo nos queda su recuerdo. Atrás quedó la ilusión de que se pondría bien y lo tendríamos de nuevo irrumpiendo en la redacción, con su dulce vozarrón, su alegría y esas eternas bromas con las que alegraba nuestras mañanas.

Cuchito se ha ido. Con él, las mil anécdotas tan ricas en vivencias que más bien parecían cátedras de historia; el té que aprendió a amar –después que le obligaron a dejar el café- y que le preparábamos cada día; y las clases de periodismo que regalaba en las conversaciones con las que nos cautivaba, así como a través de los berrinches que hacía cuando algo salía mal.

También se ha ido un gran corazón. Ése en el que cabíamos todos y que le permitía querernos tan entrañablemente. Para todos fue un maestro, un guía, un fiel amigo y, en mi caso, un amor tan grande como el que se tienen padres e hijos.

Por eso, por los “amores” que tuvimos durante casi quince años, me cuesta despedirlo. ¿Cómo decir adiós a alguien que se ha querido tanto?

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