Como si pretendiéramos anidar un monstruo

Como si pretendiéramos anidar un monstruo

Alguien definió el civismo como el conjunto de ideas, actitudes y  hábitos que corresponden al buen ciudadano como elemento consciente y activo del pueblo. Esto abarca el sentido y la preocupación por el bien común, la lealtad a las instituciones sin servilismo, espíritu democrático y  respeto a cada ciudadano incluyendo la voluntad de permitirle la expresión de sus opiniones políticas respetando las personas e instituciones.

Este conjunto de ideas, sentimientos,  actitudes y  hábitos forma el sentido cívico, que otros han llamado espíritu público. Pero espíritu público o sentido cívico son prolongaciones y afirmaciones del sentido social. El espíritu público y el sentido cívico suponen cierto número de virtudes, de las cuales proceden la justicia, la justicia social, la magnanimidad, la caridad, etc.

El sentido cívico reconoce los límites del poder y no permite que sean sobrepasados, ya se trate de la vida privada, pública o de la espiritual. Exige que el poder respete las libertades legítimas de las personas  así como  de los organismos intermedios. Nos lleva a respetar la autoridad del Estado y a hacerle justicia. A la defensa y  la obediencia, con respecto a la autoridad, pero sin la sumisión servil y el culto del Estado. Deja intacto el espíritu crítico, necesario en todos los regímenes, pero de manera  particular en una democracia formal.

El espíritu cívico lleva al ciudadano a rebelarse ante lo  irritante, ya sea  por abuso de autoridad o por negación de justicia; pero esta rebeldía  legítima, nada tiene de común con el espíritu de crítica o denigración, ni con la anarquía que preconiza  el desorden, ni con el espíritu de sedición salpicado de corrupción. La rebeldía permitida por el espíritu cívico tiene como fin una construcción social o el establecimiento de un sistema donde impere  la justicia.

Pero ese conjunto de ideas, actitudes y  hábitos que corresponden al buen ciudadano, tiene que convertirse en responsabilidad número uno de los dominicanos, comenzando por quienes tienen el control de los poderes del Estado. Estableciendo como prioridad todo un conjunto de políticas debidamente coordinadas y bien dirigidas, tendentes a crear mayor conciencia cívica, sin dejar de lado las responsabilidades municipales, que están llegando a límites alarmantes, pues a medida que crecen  las ciudades,  provincias y municipios requieren de mayor atención y de mayor conciencia.

Si  realmente aspiramos a  construir  una sociedad más justa y humana,  donde todos los ciudadanos  tengan verdadera conciencia  de sus deberes y derechos, debemos comenzar a levantar  el edificio   de la conciencia cívica, porque solo ese gran edificio de  conciencia y responsabilidad ciudadana, será capaz de soportar  el peso de los deseos y aspiraciones presentes y futuras.

Se habla de crecimiento, aunque  se produzca  de forma desproporcionada. En beneficio de un grupo y al margen de las mayorías, pero ignorando que también crece la violencia, la anarquía, la dejadez, los problemas y  las preocupaciones. Porque se ha invertido poco en lo que a conciencia cívica se refiere. Como si  pretendiéramos anidar un monstruo.

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