POR GRACIELA AZCÁRATE
«Creo profundamente que los editores debieran estar involucrados en los derechos humanos. Este asunto no puede florecer bien en un mundo donde la libertad de expresión esté restringida.
Sea que se trate de individuos que escriben libros para la difusión de información que el mundo necesita, sea que se trate de hombres de letras y editores que crean esos libros y luchan para que se imprima cuando hace falta; o sea que se trate de los derechos humanos para garantizar, tanto a los escritores como a los editores, el derecho de buscar la verdad sin interferencias de ninguna índole.
Al fin de cuentas, los derechos humanos y la actividad editorial son inseparables».
Robert Bernstein, editor de Random House.
El 10 de junio pasado, el Centro León organizó un conversatorio sobre editores de cultura.
La voz de Zaida Corniel y de Camilo Venegas en el secretel me invitó a recordar el pasado de una profesión que aprendí durante largos años y que tuve el privilegio de ejercer por un año.
Cuando en la tarde se organizó el panel, las cinco mujeres que integraban la mesa, subidas al podio y relatando sus experiencias en la cultura me dispararon la imaginación. Esa «loca de la casa» que según Alfonso Reyes es «El derecho a la locura», el delirio de enfrentarse a los cautos y los mediocres y atreverse a: » tener personalidad que es elección».
( ) «La elección supone variedad y supone contradicción. Donde no hay un sí y un no ¿cómo escoger? Donde se os impone un hábito externo de conducta, no hay por cierto personalidad. Y todo nuevo hábito es en principio, una locura.
( ) Bernard Shaw habla con deleite de las agitaciones domésticas producidas en una familia burguesa y amiga del encierro, cuando una hija sale aficionada al teatro y a los espectáculos. Para estas gentes tenemos una frase rancia y sabrosa: «la hija les salió novelera». De hoy en más, no habrá quietud en la casa. ¡Oh, ráfaga salutífera, oh aire fresco!
La hija les salió novelera. El golpe del viento ha abierto de pronto la ventana. Fuga de microbios por los rincones, No nos cabe el corazón de alegría. Hay que ser descontentadizos y exigentes; sólo renovándonos vivimos»
Víctor Hugo no podía dedicarle a Baudelaire mayor elogio que decirle: «Un nuevo escalofrío has inventado».
A las cinco expositoras de la realidad cultural en materia de periodismo les hacía falta un escalofrío de invención.
Las cinco periodistas al terminar la exposición sólo dejaban testimonio, en el relato aterrador de lo cotidiano, de una realidad frisada, inmóvil, sin vida donde ellas sólo son cronistas de eventos culturales, donde «la paz de los cementerios» reina en un oficio como el de editor de cultura que, a riesgo de que me lapiden no existe en el país.
Como la novelera de la familia decimonónica, me desmelené, me salté la tranca y me puse a hacer historia.
En primer lugar y para que se arme la conga, las cinco mujeres del podio no son editoras de cultura.
Son cronistas de eventos culturales, tal lo que convinimos con mi compañero de butaca, Carlos Cabrera director de la revista cultural Caudal.
De las cinco expositoras, Ruth Herrera, era la única que había sido por seis meses editora del suplemento de El Listín. Ella es desde hace seis años editora responsable de la editorial Alfaguara y es un oficio distinto al periodismo cultural escrito.
De lo expuesto por tres de ellas, la práctica cotidiana del oficio es desgarrante, un ejercicio de frustración continuo para hacer una crónica con seriedad o altura, una lucha denodada para ser tenidas en cuenta, donde tienen que batallar para superar la mera crónica del encuentro trivial con una copa de vino en la mano.
Periodismo cultural no es el registro de la farándula sonriente, con una copa o un entremés en la mano, al borde de «mesas esplendorosas», con sombreros anacrónicos del otro siglo a menos que sea festejo y reminiscencia de los carnavales de antaño.
Ellas lo saben, y aunque intentan hacer un periodismo cultural distinto, lo que no saben es que se debaten con un pasado que las marca de antemano porque ignoran cómo se hace un suplemento cultural, para qué sirve, a quién va dirigido y sobre todo qué atributos, deberes y derechos tiene el editor cultural.
El editor de cultura no es un gurú, ni maestro de logia ni un ser aparte, sólo debe reunir algunos atributos que entrañan humildad y modestia; amor y dedicación por las voces de los otros, amor entrañable por el estudio, formación contínua, lecturas voraces, y trabajo interdisciplinario, con todos y entre todos.
L a historia de los suplementos culturales en el país se confunde con la efímera página que consiguió un escritor o un poeta para promocionar su obra o la de sus adeptos a la capilla.
Es cierto que en los corrillos de los medios de comunicación corre un tufillo de que para los empresarios «la cultura no vende», y ese es otro mito que la cultura popular no logra arrancarse.
Una de las expositoras, subdirectora del periódico El Caribe mostró en una data show páginas de periodismo cultural hechas en España, y las excelentes aunque efímeras del suplemento «Pasiones».
El suplemento cultural de corta vida que dirigió Camilo Venegas quien era el anfitrión que presidía la mesa de las mujeres periodistas en el Centro León.
Mientras contaban las penurias de un medio indigente en materia de periodismo cultural, empecé a escribir «la novela de mi vida» y les juro que no era con versos de Heredia ni en versión Leonardo Padura. No. «La loca de la casa» se había soltado y sin rienda ni freno mi imaginación deliraba entre las cinco mujeres, su cruel presente, el pasado momificado y esta realidad que las tiene crucificadas como el Cristo de Mamma Roma.
Aquella magistral película de Pier Paol Passolini, con la desmelenada y loca de la Ana Magnani interpretando a una prostituta rehabilitada que trae a su hijo de la provincia. Para el que quiere lo mejor pero sin el esfuerzo de empezar de abajo, educándose y aprendiendo con humildad el oficio de vivir y tomándose todo el tiempo del mundo para ello. La Mamma Roma puta, no escatima gastos ni esfuerzo para darle a su hijo un lugar en el mundo pero descarta al sacerdote que le dice que primero tiene que ponerlo a estudiar y a ser humilde y educado. Las malas compañías, la desesperación por llegar lo más rápido posible en la mente de una a pobre mujer iletrada y prostituida, el ansia de llegar a los golpes y sin completar los ciclos de la vida llevan al muchacho a la delincuencia y el robo. Lo atroz y lo inhumano de una sociedad cínica, lo primitivo de una mujer inculta llevan al chiquillo a la cárcel donde se muere enfermo y ahogado, clamando por su madre y por volver al pueblo de la campiña italiana de donde nunca quiso salir.
La escena final es la imagen del muchacho muerto, crucificado como un Cristo, sacrificado al Moloch del dinero fácil.
Me pareció un paralelo adecuado, aunque no tan trágico pero como «mi alma estaba novelera», sí creo que es aleccionador para entender lo que pasa con los suplementos culturales en el país.
Los suplementos culturales del país (desaparecidos) están crucificados por falta de modestia, humildad y vocación de trabajo.
Hay una incapacidad entre los trabajadores de la cultura para sumar, para construir de abajo, y aceptar al otro como bueno y válido. Existe un narcisismo paralizante que les hace creer que lo pueden todo y que si consiguieron unas páginas es para dar a conocer «su obra» y la de sus acólitos. Sin humildad, todo el que llega y «esta pegado» barre con lo anterior, creyendo que puede ser original, e inventivo y, lo único que consigue es ir desforestando el bosque de la cultura nacional y convirtiendo en páramo lo que alguna vez fue rico verdor.
No soy anacrónica ni tengo la mentalidad rígida o predeterminada de la historiadora pero el pasado es una cantera inagotable de aprendizaje.
Doña María Ugarte sentó la zapata de los suplementos culturales en el país. Carmen Quidiello de Bosch con el duende de Juan Bosch (q.e.p.d) en sordina desde «Suma para la convivencia» abrió una brecha inteligente y sensible. Don Manuel Rueda (q. e.p. d.) llevó adelante Isla Abierta por más de quince años pero el anciano poeta reprodujo en su suplemento los viejos vicios nacionales de «la capilla», «la corte» y los «de enfrente» es decir una práctica cultural obsoleta que llevó en germen su disolución.
En el país no hay editores de cultura y no hay periodismo cultural porque existen vicios en el arranque y en la concepción de lo que es producir cultura en los medios. El criterio erróneo de creer que ser escritor o poeta te hace acreedor a ser un buen gestor de cultura es una de las falacias que hacen naufragar más de una publicación en el medio. Como diría Martí «conozco al monstruo porque viví en sus entrañas». En 1989, fui convocada a ilustrar el suplemento cultural «Coloquio» del recién inaugurado periódico «El Siglo». Celos, rivalidad, silencio, juego de facciones, ninguneo, todo se vuelve una pirueta mediocre donde lo único que consiguen es éste erial, éste páramo desforestado de la expresión cultural periodística.
Ahogados, mudos, fríos como un simulacro, encerrados en su torre de marfil, sin contradicciones, ni aliento, sin capacidad para jugarse en una protesta que los ponga en contra del jefe de turno, del «establishment» o «del carguito» lucen frizados, hieráticos, aburridos y envejecidos, sin sangre en las venas, sin alegría de vivir, sin vitalidad, condenados a morir por inercia.
Una de las periodistas recordaba que un importante medio periodístico tuvo durante veinte años una página de divulgación literaria, pero que el promotor se retiró del medio y no dejó sustituto. No lo dejó porque no estaba vacunado contra el mal nacional de la vanidad, el cesarismo y la egolatría y pensó como tantos otros «cuates» que al salir de esa parcela de información cultural no debía dejar sucesor ni su puesto debía ser ocupado por nadie. Porque, como Atila frente a Roma, después de mí el diluvio.
Lo cotidiano de hacer cultura, de escribir poemas, narrativa, cocinar un rico sancocho, tomarse un ron con los viejos amigos, mirar las fotos donde «´éramos jóvenes y resplandecientes» tender mesa sabrosa a los hijos y los amigos y poner una buena cama para el amor es hacer cultura todos los días, es dejar la huella de la iniciativa humana libre de egoísmos y vanidades.
No existen editores de cultura en el país porque el error radical es que todos quieren ser poetas, escritores o intelectuales y no ven la importancia y lo esencial de la tarea del editor que es precisamente darlos a conocer, pulir sus cualidades, hacerlos más bellos y presentables y sacarlos a todos adelante.
Dicen que el editor o la editora es como una buena mamá o un buen padre que te saca a camino con paciencia, disciplina y sobre todo creyendo en vos , en tus capacidades y en tu futuro creador.
Ahí radica el error fundamental de los inexistentes editores culturales dominicanos. Creer que es un medio de promoción para su obra y la de sus cercanos y, que no enseñar los secretos del oficio les garantiza permanencia a perpetuidad. Nada más alejado de la realidad.
Con la imaginación a cien, con la novelera más descocada que nunca pensé que la gran paradoja es que en el país los suplementos culturales con más larga vida, con todos los objetivos cumplidos a cabalidad y con la rigurosidad de una larga práctica se dieron entre extranjeros afincados en el país.
Queridos míos, lo sé, la cimitarra besa mi arrugada garganta, o la orden de expulsión por extranjera indeseable está a las puertas de casa. Pero María Ugarte, la historiadora española exilada de la Guerra Civil española es la fundadora de los suplementos culturales desde las páginas del viejo Caribe. Desde las páginas del suplemento que dirigió durante años impulsó a los escritores en ciernes, a la Generación del 48, que la rememora como su madre; la que escribe estas líneas pudo con el apoyo del director del Hoy, don Mario Alvarez Dugan hacer durante un año, desde 1997 hasta 1998, un suplemento cultural como ella lo soñó. Fue un suplemento cultural modesto de tan solo cuatro páginas, un emprendimiento que creció con el aporte plural de distintos escritores, plásticos, poetas, críticos literarios, escritores extranjeros laureados, criollos y con la enorme cantidad de escritores dominicanos que escriben y producen desde Estados Unidos.
Todos tuvieron un espacio para publicar en libertad, sin prejuicio ni ataduras y la que fue editora cultural mantuvo un perfil bajo porque el logro de ella como tal era precisamente que se lucieran todos y que cada uno sacara lo mejor de sí.
Zaida Corniel produjo como editora de cultura el suplemento cultural Ventana de El Listín Diario con seriedad, y rigor.
No hay mejores crónicas de la feria del libro o de los escritores internacionales que nos visitaban que las que Zaida reseñó en el 2001.
Me disculpan si rememoro, pero era una jovencita cuando traducía «Realidades» en «El Siglo» para Bienvenido Alvarez Vega y él le puso de tarea preparar un texto como desafío. Ella me lo contó los otros días, entre cervezas en el almuerzo del Centro León.
El último ejemplo feliz de un suplemento cultural en serio, hecho por «un outsider» fue la feliz publicación de «Pasiones» en el periódico El Caribe dirigido por el cubano Camilo Venegas que salía de la Revista Casa de las Américas con todo el bagaje y la cultura para hacer emprendimientos culturales con acierto.
Como un redoble mítico baten los parches que repiten que : «Ser editor es ser un activista». Eso dice Robert Bernstein, editor de Random House por cuarenticuatro años que relató en una conferencia en Israel que su vida estuvo marcada por esa actividad que es efervescente, que no para, que es capaz de asumir una posición, de defenderla y sobre todo aprender que la decisión final es suya, después de una cuidadosa revisión.( ) «En el mundo en que vivimos, muchos de los más pavorosos problemas son internacionales más que nacionales. Para ayudar a resolverlos, las grandes mentes de todos los países debieran poder expresar sus ideas con la mayor libertad y comunicarse entre sí.
La actividad editorial es una parte crítica del proceso. Y puesto que los derechos humanos-derechos que ningún gobierno tiene facultad para despojar de ellos a sus ciudadanos- son vitales para la publicación honesta, son vitales también para la mencionada publicación».
En el presente dominicano, el periodismo cultural no existe, las chicas escritoras están preocupadas y sobre todo frustradas, hace falta un golpe de viento que abra las ventanas, que ponga en huída a los microbios, pero sobre todo hace falta muchas muchachas y muchachos «noveleros», decididos a teatralizar la vida, a inventar uno, dos, muchos escalofríos de la imaginación y sobre todo hace falta prender la «luz del sol que es el mejor desinfectante».