Como un soldado de la libertad

Como un soldado de la libertad

El periodista Bonaparte Gautreaux Piñeyro lee su discurso.

Voy a comenzar estas palabras dando gracias a Dios, quien me permitió participar en la aventura del periodismo en todos los escenarios, desde la búsqueda de noticias en las calles, hasta la dirección de medios, conozco pues la comunicación, en y desde todas las trincheras

Y digo trinchera no de manera casual sino expresa, en mi ejercicio periodístico siempre actué como un soldado de la libertad, como un partícipe en la construcción de la democracia. En una palabra, adopté el ejercicio periodístico como un estilo de vida.

Ello solo fue posible porque trabajé con empresarios que siempre apostaron al país, que contribuyeron de manera fundamental con el ejercicio de las libertades, los derechos humanos y con la construcción de la democracia nacional.

Hoy, es de justicia que proclame, que solo pude cumplir mi rol porque hombres como José Antonio Brea Peña, Rafael Bienvenido Corominas Pepín, Rafael Molina Morillo, José Luis Corripio Estrada y Ramón Buenaventura Báez Figueroa, me dieron trabajo y confiaron en mi capacidad, respetando mi forma de pensar y de actuar, para ellos mi eterno agradecimiento.

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En esos tiempos, los periodistas debíamos estar alejados del ejercicio de la política, en una hipócrita pose de objetividad que no practicaban los dueños de los medios, por esa razón nunca trabajé en los entonces grandes diarios dominicanos El Caribe y Listín Diario, era fama que, en ocasiones, conforme al interés de los propietarios, el redactor escribía un texto y al otro día lo encontraba modificado, sustancialmente y publicado con su firma.

Yo venía de haber sido asistente de Francisco Alberto Caamaño Deñó, presidente del Gobierno en Armas de 1965 y, posteriormente, secretario del expresidente Juan Bosch.

Solo voy a mencionar dos compañeros periodistas con los cuales compartí la aventura de convertirnos en los Tres Mosqueteros de la comunicación, al operar la unidad móvil de Radio Comercial, la cual fue bautizada por doña Carmen Quidiello, esposa de Juan Bosch, como una “guerrilla electrónica”, esos dos periodistas son Eulalio Almonte Rubiera y Nelson Jesús Sánchez.

Hablar sobre el Periodismo y su práctica, en este momento, debe ser un ejercicio que comprenda el presente y el futuro, el pasado, como decía Shakespeare, es prólogo, aunque de ese tiempo es oportuno arrojar luz para comprender mejor lo que ocurre hoy.

Estamos a horcajadas del inicio violento e inesperado de un cambio en la forma de transmitir informaciones. No hay presente sin pasado, ni futuro sin presente, no descubro el agua tibia con esa frase puesto que alguien la debe haber escrito o pronunciado.

Aunque de manera muy inteligente, la comunicación, la información, la publicación de los hechos y acontecimientos, estuvo secuestrada de modo tal que solo se sabía lo que convenía a los dueños de los medios, quienes, con sus anteojos de tuerto, filtraban las noticias conforme a sus intereses, a su ideología conservadora.

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Ello explica por qué en nuestro país, a la altura de 1966, los principales diarios ocultaban o disminuían las noticias relacionadas con los perseguidos, los asesinados, los torturados, los presos de conciencia.

Es el coraje y la visión de Rafael Molina Morillo lo que trae a la luz lo que ocurre en el convulsionado mundo político de la posguerra, lo que permite que el consumidor de noticias esté debidamente informado sobre todo lo relacionado al irrespeto del Gobierno por los derechos humanos, las muertes por razones políticas en un momento de intolerancia en el cual la barbarie se enseñoreó y trató de dominar, felizmente sin éxito, las ansias de libertad y democracia que el pueblo había demostrado tener hasta llegar a la guerra civil y a la guerra patria.

En ese tiempo se jugaba con los datos reales sobre el hambre y el desempleo publicando números gruesos, globales, tales como: el país consumió el año X, 20 millones de libras de pollo, el dato era cierto, era verdad, eso habíamos consumido, pero maliciosamente no dividían la cifra por los 365 días del año ni por los millones de habitantes, nunca se tomaban el trabajo de reducir esos datos a la unidad, al consumo de cada ciudadano.

En 1971, se me ocurrió usar datos del propio Banco Central, para publicar ese ejercicio de división y determiné que, en el caso de algunos alimentos, el consumo por cabeza era de menos de una onza por día y, en algunos casos, irónicamente publiqué, que le correspondía a un ciudadano solo oler la sazón que adereza el alimento.

Del Banco Central se le ocurrió llamarme, a nombre de un señor Bancalari, para enmendarme la plana y luego de una amigable y tensa conversación, me anunciaron que me someterían a la Justicia, a lo cual respondí con una carcajada: háganlo que demostraré que en el Banco Central ni siquiera conocen las cuatro reglas de las matemáticas y entonces, habrá que barrer con todos los empleados por ineptos. Hasta ahí llegó el asunto.

Era que, entonces, la superficialidad era una regla de oro del gran periodismo junto con esta otra, siempre buscando llegar al fondo del asunto y a que el lector fuera bien servido hice varias campañas, una de las cuales fue sobre el manejo de los alimentos.

Conocedor de la podredumbre del llamado Mercado de la Terminal, situado al final de la avenida Duarte, relaté, y grafiqué, obreros cargando bandas de carne sobre sus espaldas desnudas, llenas de sudor, sobre las cuales colocaban los trozos de res antes de ser colgados en los lugares de donde eran cortados los pedazos que vendían al público, en un puesto cuyo olor nauseabundo provoca, por lo menos náuseas a olfatos no acostumbrados.

Meses después se me ocurrió que volviéramos al mercado a ver qué había ocurrido con la higiene y cuando constaté que todo seguía igual de nauseabundo, descuidado y deterioradas las instalaciones, el director del diario, un agudo y perspicaz periodista, se negó a publicar el resultado de la nueva investigación, bajo el argumento de: ya eso fue publicado. De nada valieron mis argumentos. Así era entonces.

En la vieja redacción de El Nacional había un cuadro que contenía la divisa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que agrupa a los dueños de medios, quienes durante décadas se convirtieron en los grandes censores bajo la divisa (cito de memoria) solo publicar como periodista lo que se pueda sostener como caballero.

Por esa razón, no se publicó la noticia de la paliza que le propinó al gerente bancario el marido burlado quien encontró a su esposa, una funcionaria de la institución, en pleno acto sexual con su jefe. Eso se quedó así, aunque fue objeto de toda suerte de comentarios debido a la nombradía y posición que ocupaba el banquero, y solo cito ese ejemplo, que hay muchos.

El diario La Nación, fundado en 1940 por el tirano Trujillo, tenía un logo muy significativo en la oreja izquierda de la primera página, solo se veía el perfil de un rostro con la divisa: La Nación oye, ve y dice. Ello servía para ilustrar lo que quería su dueño, que el diario reseñara solo la mitad de lo que le convenía al régimen y que la otra mitad no fuera publicada. Recordemos que el inmenso José Martí dijo con toda claridad: en política, lo único verdadero es lo que no se ve.

Cuando se busca la historia en las colecciones de diarios hay que tomar en cuenta lo que no se publicó, lo que un científico social español llamó, en un libro fruto de una profunda e interesante investigación “La información del silencio”.

Muchos hechos escandalosos de los tiempos del Gobierno de los 12 años, presididos por el doctor Joaquín Balaguer, nunca fueron publicados, pese a que a un presentador de televisión y humorista le cortaron la lengua por un comentario, atrevido y mendaz, sobre la sexualidad del Presidente de la República. Y paro de contar.

La escandalosa vida de la clase alta era cuidadosamente soslayada por periódicos que se preciaban de publicar solo lo que podían sostener como caballeros.

Aurelio Henríquez, Bonaparte Gautreaux Piñeyro, el presidente Luis Abinader Corona, Roberto Fulcar y Daniel García Archibald, en el Palacio Nacional

En 1965 se produjeron los acontecimientos más importantes del siglo XX y los principales diarios hicieron mutis, olvidaron los lectores, olvidaron su compromiso con la verdad y el deber de informar lo que ocurría día sí y el otro también. Cerraron sus puertas y nos dejaron a merced de las permanentes mentiras e informaciones sesgadas, de medios internacionales dominados por los Estados Unidos y otras potencias, que se ensuciaron fuera del cajón y dejaron ver sus manejos criminales del poder de la comunicación, especialmente La Voz de América, que repetía como un papagayo criminal toda la basura que se les ocurría a mentes malsanas, para denostar la Revolución Constitucionalista o a quienes tuvimos el honor de participar en esa gesta patriótica.

El presidente Joaquín Balaguer, un ilustrado intelectual, profundo conocedor de los tejemanejes del Gobierno, quien estaba muy claro sobre su papel, sostuvo, entre otras cosas, dos asuntos a resaltar: que gobernaba para los que tienen algo que perder y que renunciaría a la Presidencia de la República si se lo pedía el Presidente de los Estados Unidos, el Gran Elector que lo había colocado en el puesto que ocupaba. Durante sus gobiernos fueron asesinados varios periodistas, algunos otros encarcelados por sus publicaciones, varios fueron enviados al exilio.

El vacío de noticias veraces fue cubierto por Radio Habana, de Cuba, emisoras de Venezuela, México, Puerto Rico, Chile, excelentes periódicos norteamericanos, The New York Times, Washington Post, Christian Science Monitor, revista Life en sus ediciones en español y en inglés, la Agencia Francesa de Prensa, la agencia Reuters, la agencia española EFE, diarios como Le Monde Diplomatique, El Nacional y El Mundo de Caracas, La Nación de San José, Costa Rica, diarios de México, Argentina, Chile, Brasil, Japón y otros periódicos, emisoras y televisoras del mundo.

Mientras, los constitucionalistas reabrimos el diario La Nación bajo la dirección del periodista José Jiménez Belén, quien tuvo la idea de la reapertura y el formidable diario de guerra: Patria, bajo la inteligente y sagaz dirección de la triada integrada por Ramón Alberto (El Chino) Ferreras, Alberto Malagón y Ramiro Alfredo Manzano Bonilla, quienes supieron enfocar los cañones de sus informaciones para desmontar la parafernalia desinformativa de los gringos y sus servidores criollos.

La democratización de la información

Hoy en día asistimos a la más formidable revolución de la información fruto de los instrumentos que han popularizado y globalizado las comunicaciones, a tal punto de que acontecimientos que ocurren en Rusia, Japón, China, Sudáfrica, para citar algunos ejemplos, son vistos y disfrutados o padecidos simultáneamente.

Esta revolución de las comunicaciones es una nueva demostración de que la imaginación humana es capaz de predecir, adivinar, proyectar hacia el futuro lo que parece un sueño de niños: la transportación de un ser humano con la fuerza de su pensamiento.

A nadie le extraña que la imaginación de un creador de muñequitos infantiles haya seguido la senda de Julio Verne y de los pensadores que previeron, tan lejos como en los cuentos de Las Mil y Una Noches o en las leyendas griegas, que el hombre se trasladaría en segundos de un lugar a otro y conversaría con un interlocutor lejano, ya lo tenemos en las manos con el teléfono celular.

Todo eso, que aceptamos con la facilidad con que nos tomamos un helado, forma parte de un entramado que incluye la recogida, organización y manejo de la información.

Mientras antes ese manejo estaba en manos de personal entrenado y especializado para esos fines, ahora, al fin, se democratiza la información y todo aquel que tiene una noticia la publica al igual que antes con la ventaja de que todos tenemos acceso a la noticia y a la forma de hacerla pública.

Antes, confiábamos en lo que publicaban los medios tradicionales al punto de que el pueblo esperaba la confirmación de un hecho hasta que lo publicaba algún medio reconocido. Ahora tenemos frente a nosotros, en el teléfono, un choque, un atraco, un asalto, un tiroteo, la golpiza a un hombre por parte del pueblo indignado que lo atrapó robando o abusando de una mujer o de un niño. Ahí está el hecho, en lo adelante, hay que escoger con pinzas cada información que tenemos en la pantalla, pues vemos que golpean al acusado de robar, pero no tenemos pruebas de que sea cierto, vemos un tiroteo, pero no sabemos quién o quiénes lo iniciaron ni si son ciertos los argumentos de unos y otros, ahora hay más información más actual, con mejor calidad gráfica, pero hay que saber espulgar el arroz para sacar los machos y desecharlos.

Somos nosotros nuestro propio filtro, además tenemos que aprender a distinguir entre lo falso, lo fabricado, lo truqueado y la verdad, recordando que, en la guerra, la verdad es la primera víctima. Rechazar, victimizar las redes sociales, es una forma de negarse a participar en la nueva aventura de la comunicación que, al fin, es de los más, dirigida a todos.

El reto de la nueva forma de manejar los acontecimientos es tener un mínimo de credibilidad que permita al consumidor de noticias, informaciones y entretenimiento, confiar en la veracidad de lo publicado. Ahora hay más claridad en la información, se ve y se escucha lo que ocurre ante nuestros ojos, más rápido que en la televisión.

Cuando el viejo equipo de béisbol del Central Romana, el Papagayo salía del dogout corría a ocupar sus bases mientras coreaba este estribillo: van bien, muchachos, van bien.

Texto del discurso pronunciado por el periodista Bonaparte Gautreaux Piñeyro al recibir el Premio Nacional de Periodismo 2022, el 28 de julio del 2022.

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