Competitividad

Competitividad

La eliminación del impuesto de un 25% al sirope de maíz y el desestimiento de las pretendidas facilidades fiscales a la industria azucarera constituyen, de principio, el desenlace de un «tranque» con ramificaciones en los órdenes fiscal e internacional.

Por un lado, el mantenimiento del gravamen al edulcorante de maíz hubiese cerrado la posibilidad del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, cerrando grandes posibilidades de negocio, y, según se ha afirmado, ponía en riesgo cientos de miles de empleos, principalmente en zona franca. Se deduce que los ingresos por concepto de la vigencia de ese impuesto no compensaría tantos perjuicios.

Por otra parte, si hubiesen sido aprobadas las pretendidas facilidades fiscales para la industria azucarera, que es un sector minoritario de la economía, se hubiese creado un privilegio que, aún mejorando la competitividad de dicho sector, tampoco hubiese compensado los perjuicios económicos derivados del impuesto al sirope de maíz.

-II-

Sin embargo, la avenencia que suponen estas decisiones del Congreso, resultantes, en parte, de todos los cabildeos y presiones, soslaya un aspecto que ahora más que nunca debe ser tomado en cuenta por la República Dominicana.

Abiertas las puertas del TLC con los Estados Unidos, una de nuestras mayores preocupaciones deberá ser poner nuestra industria en condiciones de poder competir en ese mercado y sacarle el mejor provecho.

Recordemos que somos signatarios de un TLC con Centroamérica, fruto del cual nuestro mercado está virtualmente inundado de productos procedentes de los países de esa zona del continente. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de la presencia de productos dominicanos en aquellos países, a pesar de los grandes esfuerzos que los industriales nacionales han estado haciendo para tratar de lograr una mejor inserción. Obviamente, los estados centroamericanos tienen regímenes fiscales y de incentivos a la producción aparentemente más competitivos que los nuestros.

-III-

En esa virtud, lo que corresponde ahora es ver desde una óptica global la forma de lograr que nuestras empresas se pongan en condiciones de competir con sus productos en un mercado tan exigente como el de Estados Unidos, que se abastece de industrias propias grandemente protegidas y competitivas.

Así, aunque fue correcta la decisión de desistir de privilegiar con facilidades fiscales al sector azucarero, facilidades que, dicho sea de paso, trastornarían en alguna forma las condicionalidades bajo las cuales se ha negociado con el Fondo Monetario Internacional (FMI), se debe trabajar en la dirección de establecer algún régimen de incentivos para fortalecer la competitividad de la industria en sentido general.

Ahora bien, cuando hablamos de facilidades en ningún modo nos referimos a privilegios que pudieran ser irritantes y lesivos para la economía del país. Planteamos un régimen de «justicia fiscal», por así llamarle, que retribuya a la economía del país a través de una adecuada acreditación y colocación de la producción nacional en el mercado de los Estados Unidos, dentro de las estipulaciones del TLC.

Despejado el camino hacia el TLC, hay que quemar ahora la etapa de la competitividad, aspecto en el cual, a juzgar por los resultados con Centroamérica, no estamos tan bien parados, en gran medida por la voracidad fiscal del Estado.

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