Competitividad de la miseria

Competitividad de la miseria

PEDRO GIL ITURBIDES
Unos pocos defienden la devaluación monetaria para incentivar las actividades de las zonas francas y el negocio turístico. Con descaro y sofismas económicos arguyen que si volviéramos al cambio del cincuenta por uno, las zonas francas no estarían botando empleados. ¡Increíble! La verdad es que con devaluación o sin ella, el negocio de zonas francas iba a perder mercado por la competencia asiática en Estados Unidos de Norteamérica.

Pero hay un factor que esconden, en vez de esgrimirlo. El propio Presidente Leonel Fernández cae víctima del subterfugio, en su discurso ante la Asamblea Nacional. Este factor es el relacionado con el papel generador de divisas de los negocios de zonas francas. Cierto que el ingreso neto de monedas fuertes es grande, pues alcanza unos US$700.0 millones en promedio, en los últimos años. La realidad es que para dejar esa cantidad hay que empobrecer a millones de dominicanos.

Y cuanto es peor, esa suma es apenas similar a la de las exportaciones tradicionales, y la quinta parte de lo representado por las remesas de dominicanos en el exterior. El turismo a su vez, representa cuatro veces más ese nivel promedio de ingresos de divisas.

¿Qué pierde el país cuando se devalúa su moneda? Al caer en un círculo vicioso, la capacidad adquisitiva del peso se pierde, se imponen aumentos salariales que tornan poco competitivas las empresas de zonas francas. Para

volverlas competitivas nueva vez, requieren otras devaluaciones. Es evidente, por tanto, como les señaló el Presidente Fernández ante los legisladores reunidos en Asamblea, que la solución no va por el camino de políticas monetarias.

El Presidente de la República les trazó un camino que ronda otras formas de competitividad y modernización. Nos aventuramos a señalar cambios más radicales. El área textil ha representado empleos para alrededor de un cuarto de millón de dominicanos. Crear esas plazas ha determinado condenar a

la miseria a otros ocho millones de habitantes. Y ese no es el camino de la competitividad.

Se piensa en la verticalización del área. Neologismo que apunta a la identificación de un proceso que comienza con la producción de bienes primarios para convertirlos en bienes intermedios, este empeño es una aventura ya abandonada. Porque en efecto, la República, medio siglo atrás, fomentó la producción de plantas textiles e industrias conexas. La apertura de los mercados, con la aparición de fibras textiles sintéticas, determinó su aniquilación.

Podríamos retornar a la producción de fibras naturales. Pero muchos de los artículos confeccionados en empresas de zonas francas se basan en telas de materiales sintéticos. ¿Importaremos polímeros y otras sustancias para procesarlas aquí? ¿No estaríamos importando costos que a final de cuentas duplicarán los esfuerzos sin ninguna retribución real para el país?

Tal vez la industria azucarera podría ofrecer furfural para llevar adelante este esfuerzo. Pero este subproducto de la caña de azúcar es base para un tipo exclusivo de hilaza, la de nylon. ¿Nos concentraríamos en industrias destinadas a la confección de artículos basados en tejidos de nylon? La  verticalización, como vemos, impone estudios serios y ponderados.

El otro sendero es el cambio radical. Y ello implica el poner los ojos en lo que es un secreto bien guardado por los dominicanos: su producción primaria. Porque hemos explotado mal y escasamente el potencial del país.

Pero hacia esa riqueza debemos volver los ojos.

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