Quizás no muchos se han percatado que a la vuelta de pocas semanas el país tendrá que enfrentar, al menos, dos grandes desafíos: la entrada en vigor de nuevas desgravaciones a que nos obliga el DR-CAFTA y el fin del esquema preferencial para las zonas francas que se deriva del acuerdo de la Organización Mundial de Comercio – OMC -. Para lo primero no parece haber escape a no ser que – y no parece probable – se produzca una renegociación. Para la segunda, las naciones afectadas, donde en sus economías hay un gran impacto de las zonas francas, podrían buscar una nueva prórroga, como ya han hecho en varias ocasiones.
Sin embargo, la verdadera solución no debemos buscarla en postergaciones y concesiones, sino en desarrollar un nivel de competitividad que nos permita subsistir y desarrollarnos aún en un mundo de gran competencia. Lo que no se puede seguir prorrogando es tomar las decisiones trascendentales que transformen de una vez y por todas las condiciones de funcionamiento de nuestra economía. Para ello debe haber una toma de conciencia proactiva tanto del sector privado como del sector público. Uno solo no logrará catalizar las acciones imprescindibles y urgentes. No basta con el quehacer realmente impetuoso – y socialmente no plenamente conocido y reconocido – que vienen realizando instituciones como Proindustria, el Centro Nacional de Competitividad, entre otras. Esa realidad que se nos encima nos debiera obligar a definir con urgencia qué vamos a hacer tanto en el corto como en el mediano y largo plazos. El BID, Banco Mundial, CEPAL, OMC y otras agencias vinculadas a las políticas de desarrollo nos advierten constantemente.
El BID acaba de desafiarnos al “desafío de implementar un marco de política adecuado (que) no sólo debe limitarse a identificar los sectores e industrias con alto potencial de rentabilidad social, sino a buscar constantemente nuevas oportunidades tecnologías y procesos que actúen como catalizadores de la productividad y sienten las bases para el desarrollo de nuevos emprendimientos productivos… “ e incluso emplaza a “que las políticas de desarrollo productivo deben enfocarse más en fortalecer el sistema educativo …”.
Efectivamente, también nos alerta el Banco Mundial, para poder avanzar por ese camino se requiere la capacidad de crear más empresas – nuevos emprendimientos – sustentadas en la innovación, lo que debe conllevar mayor productividad y mejor nivel de competitividad. Sin una fuerza creadora dirigida al emprendimiento y a la innovación no podrá haber desarrollo. Hoy día, es ahí donde está la clave real del éxito. Hay que destinar recursos para Investigación y Desarrollo – I&D – que generen patentes que tengan impacto productivo. En la Academia de Ciencias, alertando sobre estos temas, a veces nos parece que aramos en el desierto.
Estamos invirtiendo muy poco aún en el principal recurso productivo para incrementar la competitividad: el capital humano. El BID sentencia que “aumentar la inversión en actividades relacionadas con la investigación y el desarrollo así como con la innovación resulta crucial…”.