Competitividad

Competitividad

La aprobación de la Ley de Competitividad e Innovación Industrial abre nuevas expectativas en cuanto al papel que le corresponde al Estado dominicano  en un mercado global cada vez más concurrido y exigente.

 De momento, esta ley  consolida el marco jurídico de nuestros esquemas de desarrollo industrial y abre el camino hacia la aplicación práctica de los conceptos de última generación en materia de eficacia productiva y mercadológica.

La globalización económica, la apertura de mercados y otros cambios han puesto a la industria ante esquemas muy diferentes a aquel que, por ejemplo, dio lugar la Ley 299, denominada “De  Protección e Incentivo Industrial”, que pretendía resguardar a nuestra industria y fomentar su desarrollo proscribiendo la competencia y atando sus operaciones a un concepto de capacidad instalada y sustitución de importaciones que fomentó el atraso y el parasitismo. Esa etapa fue, en todo caso, la de la “anticompetitividad”.

Los tratados multilaterales de libre comercio, como el DR-CAFTA y el suscrito con Centroamérica, y en un porvenir cercano el que estamos negociando con la Unión Europea, obliga a los interlocutores a competir por hacerse espacio en los nichos de  mercado en base a calidad, puntualidad y apego a normas de regulación de calidad y otros parámetros. Es decir, en base a competitividad.

Nuestro país no ha logrado aprovechar a plenitud sus ventajas comparativas, geográficas y de otras índoles, y la desgravación arancelaria que nos permite una participación bastante amplia en el mercado de los Estados Unidos. Tampoco estamos haciendo un intercambio ventajoso con Centroamérica.

No parece que nuestras exportaciones hacia Estados Unidos hayan aumentado significativamente desde el primero de marzo de este año, cuando empezamos a beneficiarnos del DR-CAFTA.

Esperamos que este marco jurídico que es la Ley de Competitividad e Innovación Industrial, y sus pautas técnicas asociadas, nos permitan mejorar nuestro aprovechamiento de los mercados de demanda.

¿Culpa de Noel?

La tormenta Noel hizo que la Presa de Hatillo pasara su peor y más riesgosa prueba en cuanto a manejo de caudales extraordinarios de agua.

¿O fue acaso la deforestación de la cuenca del río Yuna, que vierte sus aguas en ese embalse?

El ingeniero Víctor García, subsecretario de Medio Ambiente, afirma que el entorno de las presas ha sido depredado y se ha practicado una agricultura que aumenta las posibilidades de erosión y sedimentación.

A la tormenta Noel se atribuyen muchos daños de los que, en honor a la verdad, han sido responsables la mano humana y la indiferencia de algunas autoridades, por la deforestación causada a las cuencas hidrográficas en todo el país.

Hace falta una política de protección y mantenimiento de la infraestructura hidroeléctrica que haga énfasis en la preservación boscosa con mayor celo que la que se aplica actualmente, si acaso hay realmente una práctica en tal sentido.

Un desafío que nos plantea el calentamiento global es lograr hacerle frente a las fuerzas desencadenadas en forma de lluvias. La deforestación no  ayuda en ese propósito y lo peor es que, a la hora de la verdad, nos empeñamos en culpar a las fuerzas de una naturaleza a la que maltratamos sin piedad y con vocación suicida.

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