Complejo de inferioridad, o realismo

Complejo de inferioridad, o realismo

Cuando un día cualquiera del año 1953 el amigo me dijo que una de las muchachas más hermosas de la capital había mostrado desde niña atracción por él no pude contener la risa.

La reacción se debió a que mi interlocutor no era propiamente un joven apuesto, y entre los cortejantes de la joven figuraban ricachones, oficiales militares, y miembros distinguidos de la llamada alta sociedad.

Además, era lógico pensar que ella, de familia de clase media, seguramente se inclinaría por un pretendiente de poder económico, y mi enllave formaba parte de una familia de escasos recursos.

-¿Hace mucho tiempo que no la ves?- pregunté cuando superé la oleada de carcajadas que me invadió.

-Varios años- respondió, con voz en la que reflejaba su desconcierto ante la reacción que me produjo su sorpresiva afirmación.

-El hecho de que te hiciera fiesta cuando estaba chiquita no quiere decir que hoy siquiera te saludaría si se topan en una calle – dije, arrepentido de mi risotada.

-Bueno, la última vez que nos vimos era ya una preadolescente, y me hizo las mismas fiestas que en la infancia- aseguró, cabizbajo, y evitando mirarme de frente.

Poco después, regresando ambos de una jornada de maroteo de frutas, y de nadar en la playa de San Jerónimo, le propuse que cruzáramos por la calle donde vivía la codiciada moza.

Estaba sentada en la galería de su casa, y al ver a mi acompañante lanzó un grito de alegría, y corrió hacia él.

-¡Mi amor- exclamó, abrazándolo con fuerza- ven para que saludes a mamá, que por cierto me relaja diciendo que fuimos novios cuando niños!

Al despedirnos de la joven y su progenitora le pedí excusas a mi pana por mis burlas acerca de su pegada con la espontánea doncella, sugiriéndole que la cortejara, asegurándole que resultaría exitoso en esa empresa.

-No, porque por mi pobreza no podría pagarle el cine, ni comprarle una menta. Fíjate hasta donde llega mi fuácata y la de mi familia.

Uniendo la acción a sus palabras finales se colocó de espaldas, y levantó su camisa, mostrando en los fundillos la injuria de un remiendo.

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