Completar la democracia

Completar la democracia

PAULO HERRERA MALUF
Hoy día se acepta como un corolario que el desarrollo de las sociedades humanas más avanzadas se sostiene en la democracia y en la institucionalidad. En efecto, la consistencia en el Estado de derecho, el respeto por el individuo y la calidad de los servicios públicos son mucho más causa que consecuencia de la prosperidad y el bienestar.

Gran verdad. Tan cierta como el hecho de que hay pocas cosas más difíciles para una colectividad que la construcción de una democracia funcional. Ni el paso del tiempo ni el control sobre recursos naturales valiosos apoyan necesariamente al proceso de crecimiento democrático.

Sólo la voluntad y el compromiso de actores muy diversos – y, en muchos casos, antagónicos entre sí – contribuye a la edificación de una sociedad democrática. La labor exige esfuerzos continuos, y no tiene garantías.

Si se tiene éxito, se alcanzará un equilibrio entre tensiones plurales que se van compensando entre ellas. Eso es la democracia. Un sistema de contrapesos y vectores, de cuya interacción debe surgir como resultante un movimiento – lento, pero firme – hacia la consolidación de los derechos de los individuos y de instituciones que funcionen por y para ellos.

Este delicado equilibrio nunca debe confundirse con ausencia de conflicto. Por el contrario, la democracia es, sobre todas las cosas, un método para atender, con respeto por los intereses legítimos de las partes, los conflictos que surgen en las sociedades. Una democracia sin conflicto será, con seguridad, una farsa o una pantomima. Ahí llegamos al meollo del problema de la frágil democracia dominicana. No tenemos suficientes conflictos.

Y no los tenemos porque nuestra arena política está semidesierta. Faltan gladiadores. Los únicos peleadores que hay, que son los partidos políticos de siempre, simplemente no pueden mantener la lucha en un buen nivel, aún cuando quisieran hacerlo. Y los únicos conflictos que dirimen estos escasos actores – con mucha pobreza conceptual y discursiva, por cierto – son los que tienen que ver con la lucha por el poder que se da entre ellos.

No puede ser de otra manera, pues los partidos políticos no tienen ni la demanda ni el incentivo para elevar el debate político en la forma y en el fondo.

Por lo tanto, el problema no son sólo los partidos políticos. Se trata de un problema de todo el sistema político. Nuestros políticos dentro y fuera del poder hacen, literalmente, lo que pueden. Ni más, ni menos. Y como pueden hacer de todo sin que otros jugadores les pidan cuentas, no debemos esperar que se apliquen a hacer lo que deben. Se trata, por decir lo menos, de una expectativa poco realista.

Sólo una acumulación monumental de estupideces provoca la reacción airada del electorado cuando éste tiene ocasión de expresarse. Mientras eso llega, quien haya sido elegido o nombrado para un cargo público tiene patente de corso.

Sin otras agendas que obliguen a los políticos profesionales a un desempeño diferente, nada cambiará. Y en la democracia dominicana, sencillamente, no hay otras agendas. Si las hay, en todo caso son muy pocas y muy débiles. La casi totalidad de los demás agentes de la democracia son espectadores que se contentan con la creación de opinión. Cero presión. Y, desde luego, cero consecuencias para los que sí están tirados al ruedo forcejeando por el poder.

Eso tiene que acabarse. Tenemos que completar la democracia.

Voy más lejos. Si no lo hacemos, lo que queda de nuestra democracia terminará por desmoronarse como el castillo de naipes que es. En más de un sentido, completar la democracia es salvarla.

En ningún caso estoy hablando de pretender suplantar las fuerzas políticas que, por suerte, aún tenemos. Tampoco me seduce la idea de que alguien se invente otro «nuevo» movimiento político que aglutine a «la gente seria» del país. Sin contrapesos, eso también es un espejismo. Puede ser hasta peor.

De lo que hablo es de integrar al debate político a los grandes ausentes del mismo. De provocar tranques y conflictos a partir de agendas abiertas, articuladas y profesionales. De, precisamente, crear contrapesos a partir de intereses tan legítimos como los de quienes buscan y ejercen el poder público.

Completar la democracia significa, en resumen, construir ciudadanía. Comencemos ya.

p.herrera@coach.com.do

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