Poco a poco todo aumentó. Primero por la pandemia, después por los conflictos internacionales y ahora, aunque no sabemos la razón, solo vemos que lo que subió jamás bajó otra vez y pagamos mucho más por los bienes y servicios.
Nunca he sido de grandes gastos pero sí de consentir el cuerpo y el alma a través de caprichos comestibles. Ir al supermercado fue sinónimo de eso en el pasado. Cada vez, sin embargo, fui dejando cosas atrás para ajustar el presupuesto.
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Ir a comprar ya no aterra. De tan acostumbrados somos inmunes al horror y, en su lugar, se nos enquistó un dolor que nunca abandona nuestro bolsillo: vivir es un eterno malabar y un dilema: comprar o no comprar, esa es la cuestión.
Y entonces nos preguntamos: “¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?”, a buen decir del príncipe Hamlet.
Nosotros, que no pensamos en morir para dormir, le responderemos con atrevida resistencia a ese Gobierno que quiere apretarnos aún más con una reforma fiscal que nos dará en la madre mientras los funcionarios gastan con tremenda alegría. Los pendejos estamos hartos de seguir achicando la sábana. No podemos más.