Compromiso de todos

Compromiso de todos

Hace unos días, cuando una  declaración del procurador general Radhamés Jiménez Peña fue sacada de contexto hasta sembrar la impresión de que se amenazaba la divulgación del género musical conocido como  reggaeton, surgieron reacciones de sectores diversos combatiendo un propósito que, luego de pertinentes aclaraciones, quedó claro que no existía.

Fue aquella una reacción rápida y puntual para hacerle frente a lo que erróneamente se divulgó como una amenaza de censura, una mordaza a la libertad de expresión lírica o musical.

Pero si esta rápida reacción llama nuestra atención no es por sí misma, sino porque tiene una contraparte de silencio ante muchas cosas sobre las cuales deberíamos reaccionar con presteza como sociedad.

  Aunque nuestras ciudades, barrios y vecindarios, campos y comunidades, están bajo el permanente asedio de formas de estímulo al consumo  de drogas, no parece haber una  capacidad de respuesta tan ágil y puntual, como la que se exhibió cuando por una mala interpretación, se atribuyó al procurador general la intención de aplicar censura musical.

No hay duda de que nos hace mucha falta asumir con coraje el deber colectivo de atacar el problema de las drogas en todos los contextos y ámbitos, incluyendo, por supuesto, géneros líricos, musicales, cinematográficos, multimedios y otros habidos y por haber, siempre que a través de ellos se promueva el consumo de drogas.

II

Nos hace falta ser más vigilantes para evitar que nuestros niños y adolescentes sean seducidos hacia el consumo o venta de drogas, que es preámbulo a una destrucción de la personalidad, los valores morales, y finalmente, la unidad familiar.

El microtráfico de drogas es una de las formas directas de inducción al consumo y a todas las formas de criminalidad conexas pues no sólo crea en jovenzuelos de ambos sexos falsas expectativas de bonanza económica, sino que, mediante el pago en especie, induce al consumo temprano para lograr la neutralización de pruritos y principios que son un estorbo en esos ámbitos del crimen.

 Nuestra capacidad de alarma no debemos desgastarla saliéndole al paso a interpretaciones fuera de contexto de alguna declaración de autoridad competente, como ha ocurrido con el caso del reggaeton.

Debemos reservar esa capacidad, y afinarla permanentemente, para salirle al paso al sonsacamiento de nuestros jóvenes en cada ciudad o comunidad, en cada barrio o vecindario, en cada escuela o colegio, en cada empresa o negocio.

 El comercio ilícito de drogas mueve mucho dinero y eso le da capacidad para despertar las ambiciones de muchos jóvenes deseosos de integrarse a un  consumismo desbordante y deslumbrante que solo es posible agenciándose grandes cantidades  de dinero.

El mejor aliado del negocio de las drogas es el silencio, por complicidad o temor, que se incuba en todas partes, ya por medio del terror, ya por aceptación  de esa “ayuda” solidaria que suele tener, a fin de cuentas, costos tremendos.

 Combatir el problema de las drogas no es deber exclusivo del general Ramírez Ferreira y su gente, que muy buen papel están haciendo en el ámbito de su competencia. Es deber de todos, en todo ámbito, tiempo y circunstancia, no sólo cuando temamos la censura de un género musical cualquiera.

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