Comunicación asqueante; la hetaira de las profesiones en nombre de una falsa democracia

Comunicación asqueante; la hetaira de las profesiones en nombre de una falsa democracia

Ronny de la Rosa

La democracia ha de ser una de las piezas más infalibles del rompecabezas social, permitiendo que, al menos en teoría, todos jueguen un papel igualitario, en la consolidación de un estado, cada vez más incluyente y equilibrado.

Sin embargo, es en nombre de esa misma democracia y amparados bajo la sombra de una “libertad conveniente”, cuando se comenten las más horribles vulgaridades, reflejo absoluto de una realidad carente de valores e incluso, hasta de pudor.

Hoy, la comunicación, no escapa de esa realidad, una que juega con la moral, la vida, la intimidad e incluso el destino de las personas, sin el más mínimo remordimiento, alimentados, en algunos casos, por rumores de calle.

Un periodista responsable, por ejemplo, que haya invertido cuatro o cinco años de su vida para formarse y otros tantos consolidando sus conocimientos, es difícil que ponga en juego su reputación, por chismes de barrio o incluso, por informaciones fuera de contexto.

Sin embargo, es ahí justamente donde radica el problema. Para entrar a un quirófano y operar, un médico debe completar un riguroso pénsum, que consume hasta varios lustros de su vida, lo mismo sucede con un abogado para subir a un estrado, o hasta los ingenieros y arquitectos para poder construir un edificio, realidad que no sucede, lamentablemente en la comunicación actual.

Basta con escribir, a veces ni siquiera con la más mínima ortografía, o tener visibilidad en redes sociales, para que pseudo comunicadores expresen cualquier cantidad de sandeces, en nombre del derecho asistido, por una democracia interpretada “asigún”.

Pero los culpables son nuestros representantes, quienes jamás han entendido el valor de la comunicación, en especial el periodismo, llamado “el cuarto poder”, no en vano por Edmund Burke a finales de 1700, aunque aquí se use para destruir, en vez de construir, como era la idea original.

El término, mal acuñado en la República Dominicana, se ha confundido, de manera deliberada, con una herramienta de irresponsable manejo, que en ocasiones se convierte en el símil del sicópata con ametralladora recargada en sus manos.

En términos llanos, uno de los oficios más hermosos, se ha convertido en la hetaira de las profesiones, en la que cualquiera puede aniquilar a otros, sin que, en muchos casos, haya consecuencias reales, simplemente porque “ese es un loquito o loquita vieja”, ¡Ajá! ¿Y el daño moral quién lo repone, sobre todo cuando las afirmaciones carecen de veracidad?

Lo lamentable de todo esto es que el problema incluso, es mucho más complejo y se traduce por completo, en la falta de educación, de una nación en creciente desarrollo.

No imagino, por ejemplo, un país como Singapur, que salió de la pobreza extrema a la opulencia total en poco más de medio siglo gracias a la educación, con “comunicadores” que acaben con la reputación e intimidad de los demás, ante la más completa impunidad e indiferencia.

Esto por poner un país que goza de libertad y democracia consolidada y para no incluir regímenes más restrictivos en estos rubros como China o Japón, en donde la cuestión moral, se convierte en un asunto duramente castigado.

La comunicación es mucho más que chisme o denuncias sin pruebas, es más que likes o comentarios vacíos, más que meterse en la intimidad de los demás; debe ser una herramienta cuyo poder, esté en manos de los profesionales éticamente formados y no de quienes se han apartado de los principios morales, en busca de reconocimiento social y en ocasiones, hasta de la venta de sus ideales.

Es un reto grande, mas no imposible, solo basta con estudiar lo que sí ha funcionado en democracias sólidas y desechar lo que no aporte más que entretenimiento vacío y agitación de masas irresponsable.