POR JUAN FREDDY ARMANDO
Queramos o no, quiera Pepsi o no, ya Cocacola es un símbolo de nuestra época. Lo fue del siglo XX y lo seguirá siendo en el siglo XXI, el XXII y otros que viva la humanidad -si las armas de exterminio químicas, biológicas y nucleares y las necesades del humano nos permiten llegar a ellos-.
Este producto hace tiempo dejó de ser una bebida para convertirse en el buque insignia de un estilo de vida, mensaje cultural del pueblo de los Estados Unidos y ocupador de un espacio en las mentes de miles de millones de personas -consumidores o no de ella en el mundo- que tienen registrado su nombre, eslóganes, logo, lenguaje, ambientes y colores que la caracterizan.
Escribo todo esto a propósito de la excelente campaña más reciente que ha colocado en vallas ese titán del mercadeo de nuestro tiempo. Se trata de unos carteles que contienen repetidamente el nombre de Cocacola cubriéndola toda, en un difuminado rojo, que es su color característico. En el centro lleva la silueta con fondo blanco de una botella, evidentemente del refresco, por su forma típica. En el fondo blanco lleva una frase que, en vez de ser un anuncio directo del producto, contiene un mensaje en forma de máxima o sentencia de la sabiduría.
Por ejemplo, una dice: «Si tu carro es muy viejo, puedes decir que es un clásico».
Es claro que el mensaje que deja en la mente del consumidor es precisamente uno de los valores de Cocacola, que siendo el fundador de su género -las colas o gaseosas o refrescos o como queramos llamarle- es el más antiguo, el que ha dictado la pauta, el modelo a seguir en ese renglón mercadológico. Es decir, que se trata de un clásico en su tipología, un estereotipo o -como le gustaría decir a Freud- el arquetipo de la bebida refrescante.
Comentaré sólo dos de las frases. La segunda dice: «Si no hubiese tapones, manejar sería solitario y aburrido». Claro, hay aquí en el mensaje de calle el recuerdo de una situación donde nada conviene más que un refrescante trago o conjunto de tragos de Cocacola, dentro del bullicio, el humo, el calor y la sofocante presión de los vocinazos, los golpes en las puertas de los vehículos, insultos, riesgos y amenazas de chocarnos y otras molestias que caracterizan al tapón.
Pero aparte de esa virtud, la frase, al igual que la primera que comentamos, tiene el encanto de lo profundo, de lo trascendente, de lo filosófico, porque en ambos casos, nos convida a calmarnos, a consolarnos, a ser felices con lo que tenemos, que eso dicen los grandes pensadores que es la felicidad: si del cielo te caen limones -dice una máxima popular- haz una limonada y no quieras una champola de tamarindo o un jugo de chinola o un mabí.
Se nos muestra como dándonos una lección de vida, útil para nuestro desenvolvimiento cotidiano y aplicable a lo familiar, personal, social y hasta en lo íntimo individual.
Otra ventaja que representa para Cocacola este tipo de campaña es que se presenta como un producto ya de antemano aceptado que se regodea en su poderío, dándose el lujo de no resaltar ninguno de sus atributos tangibles o físicos, ni de reclamar la preferencia del consumidor con un mandato a que la tomen, sino simplemente mostrando su presencia, a sabiendas de que su recuerdo por sí solo produce la sed de ella, la demanda de su pardo líquido dulce y vaporoso.
Es esta larga y persistente inteligencia en sus estrategas de mercado lo que ha mantenido a este producto durante muchas décadas y décadas en la preferencia de uso y admiración de los habitantes del planeta en todos sus confines.
Ella, Pepsi y otras de su especie mantienen su rating de imagen y consumo, aún contra el ya establecido aserto médico de que las gaseosas afectan los riñones y otras partes del cuerpo con su excesivo dulce y sus químicos que comprometen la salud.
Y es esto lo que la ha hecho ya una clásica presencia que podemos notar en la literatura, el teatro, la música y otras artes de nuestro tiempo, que la citan y tratan lo mismo que a cualquier personaje histórico o de ficción. Es tan famosa como íconos y líderes religiosos, tan reconocida como los grandes filósofos, más recordada que la Ilíada del gigante Homero, la Divina Comedia del grande Dante y el Quijote del maravilloso Cervantes.
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