Comunicación y bien común

Comunicación y bien común

J. LUIS ROJAS.

La esencia de la comunicación, ya sea interpersonal, social, empresarial, política, institucional o de marketing, consiste en ayudar a construir el bien común. Lo ideal es que la comunicación, en sentido general, siempre esté al servicio de los mejores intereses colectivos. La comunicación que pretende edificar el bien común, jamás suele traficar con la verdad, no manipula y distorsiona la realidad, no disfraza las acciones políticas malintencionadas de aparente solidaridad espontánea, no confiere atributos que no tienen los productos y marcas. La comunicación que promueve el bien común es ética, responsable y veraz.

El bien común es mucho más que un concepto construido a partir de una narrativa filosófica abstracta. En esencia, es una vocación humana, la cual se expresa en las indispensables relaciones y en la necesaria solidaridad entre los seres vivos que habitan la casa de todos: La Tierra. El bien común se construye cada día con acciones solidarias sinceras y espontáneas. Dar y servir a los demás, sin esperar ser compensados por los beneficiarios, son parte de los insumos necesarios para establecer el bien común. “Hoy, más que nunca, urge rescatar la dimensión perdida del bien común”. (José Luis Taveras, 2016).

En términos prácticos, el bien común se concretiza cuando el crecimiento y desarrollo económico, la innovación tecnológica, los recursos naturales, los descubrimientos científicos, los avances de la ciencia, la educación, la seguridad social y ciudadana, las leyes, la comunicación, etcétera, son capaces de beneficiar y servir a todas las personas que integran una sociedad. “El bien común está escrito en el inconsistente colectivo de la humanidad y aparece en las más disímiles ideologías”. (Dr. José Dunker, 2017).

En el contexto del bien común, la comunicación es un eje transversal, cuya función se transforma en servicio público intangible. Además, no facilita la distracción deliberada, no contribuye a deshumanizar las relaciones, no impone estilos y patrones de consumo que dañan el medioambiente y la calidad de vida, no difunde mensajes tóxicos, sus contenidos respetan la dignidad humana, no fomenta el miedo como medio de control social. En pocas palabras, la comunicación del bien común se sustenta en la coherencia y consistencia que debe existir entre el hablar, el hacer y el aparentar.

Al fin y al cabo, la comunicación es un medio que permite promover y concretizar el bien común en un ambiente de paz colectiva. Sin importar sus propósitos y modalidades, es inaceptable usar la comunicación para tratar de justificar malas prácticas sociales, políticas, económicas, científicas y profesionales, pretendiendo con ello favorecer intereses individuales y grupales, cuyas consecuencias impactan negativamente los bienes comunes. La comunicación que aviva el bien común no difunde datos falsos provenientes de encuestas manipuladas.

Las empresas, las instituciones, las marcas y los políticos que dicen creer en el bien común, difícilmente empleen el poder persuasivo de la comunicación como cortina de humo para ocultar resultados derivados de sus malas prácticas. La comunicación no es una plataforma para dañar reputaciones, para engañar, para difamar, para encubrir lo mal hecho, ni para fabricar percepciones individuales y colectivas en torno a hechos, a situaciones y a realidades que perjudican el bien común.

La misión de la comunicación, independientemente de su dimensión humana, social, institucional, comercial, política, etcétera, es facilitar que las personas, las empresas e instituciones aprendan a vivir juntas para: participar y cooperar entre ellas, comprender y escuchar a los demás, abordar los conflictos a través del diálogo sincero y efectivo, vivir el pluralismo, la comprensión y la paz. Hay que lograr que la comunicación asuma el rol de veedora del quehacer social, político y económico. La comunicación necesita de estrategas que la pongan al servicio del bien común. Su poder persuasivo no es para difundir el pánico e inducir el miedo.

Sin importar el entorno, se espera que la comunicación siempre debe estar al servicio del bien común. El objetivo esencial de la comunicación se desnaturaliza cuando es empleada para proteger los intereses privados del poder económico y para ocultar los resultados provenientes de malas prácticas políticas, corporativas, sociales y profesionales. La comunicación, por encima de todo, es un servicio público que jamás debería ser empleado como medio para legitimar decisiones y actuaciones que lesionan el bien común. Lo lógico e ideal es que la comunicación estuviese continuamente anclada al bien común.

En la circunstancia actual, lograr que la comunicación social, institucional, comercial, política y corporativa añada valor al bien común implica que será necesario gestionarla desde una perspectiva ética, profesional y responsable. Los desafíos de la comunicación, en el marco del bien común, abarca los siguientes: contribuir a crear una cultura de paz y de diálogo, contrarrestar la idiotización de las audiencias, enfrentar la epidemia actual de la desinformación, facilitar el desarrollo sostenible y los cambios sociales, contribuir a humanizar los climas laborales, no usar la distracción y la posverdad como estrategias adversas al bien común, no promover hábitos alimenticios que dañan la salud, evitar incentivar el consumo irresponsable, minimizar los efectos del calentamiento global.

En definitiva, la comunicación humana, social, comercial, política y corporativa, es una plataforma de alta incidencia en el comportamiento, en las decisiones, en las percepciones, en las relaciones y en las opiniones de las personas. La comunicación destinada a fomentar el bien común, no miente, no manipula, no distorsiona la realidad, no oculta y legitima las malas prácticas sociales, políticas, empresariales y profesionales. Facilitar la construcción del bien común, en cualquier entorno, es uno de los fines de la comunicación.

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