Con anestesia, por favor

Con anestesia, por favor

Pequeñas intervenciones quirúrgicas como la extracción de una muela o las puntadas para una herida, eran verdaderos suplicios antes del siglo XIX, cuando apareció la anestesia. El dolor insoportable debía ser controlado atando al paciente a una silla, emborrachándolo, comprimiendo la vena carótida a nivel del cuello o suministrándole narcóticos vegetales como el opio, el hachís o la coca.

Lo bueno es que hallazgos importantes como el descubrimiento del éter sulfúrico, el estudio de la circulación sanguínea, la inyección de opio intravenoso y la síntesis del cloroformo, propiciaron que el 11 de diciembre del 1846 el dentista William Thomas Green Morton hiciera historia al extraer por primera vez un diente sin dolor suministrando al paciente éter por vía nasal de forma previa.

Desde entonces, contrario a lo que se piensa, la anestesia no es un sueño profundo sino un estado donde el cuerpo pierde sus reflejos mientras las funciones básicas, como la respiración, siguen su curso normal.

Hoy, la anestesia puede ser aplicada de forma general por vía intravenosa o local por medio de una inyección en la espina dorsal, los nervios o la epidural.

La cantidad y e tipo de medicamentos suministrados son decididas por el anestesiólogo con base en la historia médica, edad, peso corporal de cada persona, el tiempo y la clase de operación que se va a realizar. Imaginarse la vida sin anestesia es tan doloroso como vivir sin ella. Así que cada vez que vaya al dentista, en lugar de sufrir, recuerde la buena fortuna que tiene de vivir en la era de la anestesia.

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