Con el debido respeto

Con el debido respeto

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Viendo el rumbo que está tomando, no solamente nuestra sociedad, sino el mundo entero, pienso que aquellos que se supone tienen un poco más de conciencia debían dar buenos ejemplos en todas y cada una de las actividades de su vida. Públicas y privadas. Me da mucha pena y mucho temor ver cómo personas que se identifican ostensiblemente con algo, actúan de manera absolutamente contraria a lo que se supone tendrían que ser. Los ejemplos sobran.

Basta con pensar en las caravanas de políticos que se autoproclaman redentores de malos comportamientos. Violan disposiciones de tránsito, irrespetan el derecho de los demás, ofenden a quienes consideran que no están de su lado, llegando en ocasiones a la violencia física,  y otras muchas cosas. Pero, bueno… Ya sabemos que cada uno de estos modernos Atilas y sus hordas son lo que son.

Pero más graves y atemorizantes me parecen otros casos. Por ejemplo, el otro día, circulando en carro de sur a norte, íbamos a cruzar la intersección de Winston Churchill con Gustavo Mejía Ricart al darnos paso el semáforo. De pronto, una guagua escolar, (atención: ¡escolar!) que venía en dirección opuesta a velocidades de vértigo, entra al carril de doblar a la izquierda, donde está prohibido el giro, y nos cruza por delante haciéndonos frenar a todos bruscamente. No me asombra la imprudencia ni la desfachatez del conductor. Lo que me deja boquiabierto es que la guagua estaba llena de niños y en ella iba una persona mayor, que pude distinguir perfectamente, en un asiento delantero. Pero aún más aterradora fue la impresión que me llevé cuando leí el enorme letrero que el vehículo llevaba de popa a proa, señalando a voz en cuello que pertenecía al “Colegio Cristiano Novoyadecirelnombre”.

Por el amor de Dios, ¿nos estamos volviendo locos? Si una persona decide sindicarse con algún grupo, religión o secta, es su problema. Pero tiene que tener en cuenta la responsabilidad que ello implica. Muchas veces me recuerdan a Marlon Brando en su famoso papel de Don Corleone que, luego de haber ordenado a sus hombres que “liquidaran” a alguien, llega a su casa y se santigua humildemente frente a la imagen de no recuerdo qué santo tenía, creo que al pie de la escalera, y luego besa cariñosísimamente a su esposa.

No es extraño ver vehículos con letreros o símbolos alusivos a la religión que aparentemente profesa el propietario (o su cónyuge). Pero es odioso ver que el vehículo que se estaciona en doble línea impidiendo el paso de los demás, tiene en la parte trasera un letrerito que dice: “Dios es amor”, o, “Solo Cristo salva”. Y no menos detestable es el caso del que lleva una placa pidiendo “No violencia” (cada vez más escasos, es cierto), que toca bocina insistente y desesperadamente en una intersección con dos vehículos delante de él, mientras hay que esperar que un chinero empuje su triciclo al cambiar el semáforo. O el “Cónsul” o “Diplomático” que, por el hecho de portar una placa que reza así quiere estacionarse “de juro a Dió” donde no se debe.

Los vehículos con los pececitos o las palomitas son otros que llaman la atención. A algunos de ellos los puede usted ver haciendo cualquier desaguisado, a cualquier hora y en cualquier lugar o estacionados como quiera, donde quiera. Como si dijeran: “Yo estoy protegido. El que venga atrás que arree.”. Y no es de extrañar que si usted le hace una observación al conductor(a) sobre su proceder, ésta no sea recibida de buena forma que digamos. Parecería que la caridad, la consideración y la justicia tienen cierta relatividad en algunos casos particulares. Eso por no hablar de la debacle que se produciría en el caso de todos aquellos conductores que desaparecerían del puesto de comando de sus naves terrestres en el momento del “rapto”.

No es la totalidad que se comporta de ese modo. Hay conductores(as) que refrescan el tenso ambiente con su amabilidad y respeto. No se puede meter a todo el mundo en el mismo saco, porque sabemos que hay personas que compran vehículos con los símbolos mencionados (dan pena los de universidades tanto nacionales como extranjeras) y, por desidia, ignorancia o malicia, se los dejan. Pero creo que es responsabilidad de un dueño vender su vehículo sin marcas de sus propias simpatías o preferencias, ya que, de ser mal utilizadas, le perjudicarían a él y al grupo al que pertenece o es afín. Y también, ¡cuidado!, no ponerlo en manos de cualquiera que desdiga de lo que pregonan sus insignias.

Para que no digan que uno es muy cáustico, les dejo una anécdota que alguien me contó. Cierto día circulaba por esas calles del Señor un carro con una placa en que se leía “Jesús es mi copiloto”. Otro chofer, que iba viendo las barbaridades que hacía aquel conductor, no se pudo aguantar y al llegar a un semáforo que los detuvo a ambos, le pidió al del letrerito que bajara la ventanilla y le voceó: “Hermano, ‘avérese’ y deje que Jesús coja el volante, porque lo que es usted maneja malo que se acabó”.

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