Con el licenciado Mongo Mercado

Con el licenciado Mongo Mercado

Para comenzar no es licenciado en nada. Aunque tiene múltiples postgrados en la universidad de la dignidad y en las luchas populares. Yo le pegué la licenciatura, recién llegado de México, donde había tantos licenciados que por momentos hube de reivindicar mi condición de ingeniero. Por haber nacido en el ingenio Consuelo.

Pero además, llamarlo licenciado era una forma de contribuir a su anonimato, especialmente si se hablaba por teléfono, para cuidarlo de la represión que en aquellos finales de los sesenta y principios de los setenta tantas vidas valiosas cobró, o sojuzgó en cárceles y exilios.

Lo conocí en 1971, en casa de queridos amigos que tenían el hábito de dar albergue a cualquiera que sembrara sueños en aquellos años de surcos áridos. Impresionaba tanto su cultura campesina y universal que numerosos profesionales e intelectuales concurríamos a las tertulias semi clandestinas en que se envolvía tan pronto llegaba a la capital. Pronto profundizamos tanto que constituimos una relación verdaderamente familiar.

Si hablábamos de política, golpes y revoluciones, Ramón Mercado era un magnífico licenciado. Pero lo mismo si el tema era de literatura, música o deportes. Sus estudios los había cursado a través de la radio, único lujo que siempre se dio desde joven. Y la militancia gremial y política le había suministrado libros de todo género.

Como dirigente, durante años fue secretario general de la Confederación Nacional Campesina (CNC), recorría continuamente el mundo rural dominicano, lo que era otro atractivo más para que un periodista o una socióloga se interesara por escucharlo.

Admirábamos su resolución, su espíritu optimista y su dedicación a la lucha por el mejoramiento del campesinado. Sobre todo después que se nos ocurrió un día visitarlo en su casucha de Boca de Cavía, donde junto a Mezquita había sembrado 6 hijos, en tan mala posición que el río Bajabonico los inundaba un año si y el otro también. Pero aquel retazo de tierra era el único lugar donde podía sostener unos camastros y algunas sillas.

Mongo luchó desde su CNC hasta que se extinguieron los sueños reivindicativos del campesinado a mediados de los años noventa, tras la depresión de las ideologías, cambios profundos en la economía nacional y el advenimiento de un salvaje pragmatismo político que aniquiló programas y compromisos.

El mismo tuvo que abandonar Boca de Cavía para arrinconarse en un recoveco de la miseria de una de las últimas extensiones de la marginalidad de Santiago. Allí lo sorprendió hace cuatro años un derrame cerebral que lo ha dejado postrado en una silla de rueda. Sobrevivió a las persecuciones y amenazas, porque hasta los peores sicarios tenían que admirar a aquel espíritu indomable que se sobreponía por encima de tantas miserias y limitaciones.

Lo he visitado en Santiago y aún hablándole por teléfono sufro inmensamente la injusticia de la vida. Porque si alguien no merece terminar sus días postrado es Mongo Mercado, pese a que desde joven arrastraba una de sus piernas.

Ni una queja, mucho menos una lágrima asoma en sus gestos. Y sigue siendo el mismo hombre optimista y entusiasta de la vida. Realmente no entiendo cómo lo logra.

He querido recordar a Mongo hoy por dos razones. Primero para rendirle reconocimiento en vida. Para agradecerle sus enseñanzas de desprendimiento y generosidad, ratificando la máxima de que no solo de pan vive el hombre y la mujer.

Segundo para llamar la atención sobre su situación, a ver si algún senador o diputado acepta el reto de gestionarle una pensión, aunque sea modesta. La merece como el que más.

La oficina de combate a la pobreza que dirige el agrónomo Manuel Vargas le mejoró la casucha en Cienfuegos. Pero él todavía espera la pensión que le prometió Hipólito Mejía, cuando lo visitó siendo candidato presidencial en campaña.

Y tercero, porque en estos tiempos de tanto pragmatismo político, de tantas traiciones, deserciones y olvidos, hay que recordar testimonios de vidas como la de Mongo. Volviendo al pasado para retomar fuerzas espirituales para el presente y el porvenir. Para que nada humano nos sea indiferente. Para seguir acariciando sueños, mucho más allá de las cosas materiales que se nos escapan con el ritmo mismo de la vida.

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