Con el virus a sus anchas

Con el virus a sus anchas

Los comportamientos que esparcen la enfermedad covid-19 por la población han estado a la orden del día e incluyen no solo las festivas bebentinas y otras disipaciones sociales que continuaban en sus buenas. También se han ido por las bordas las restricciones a cercanías en el transporte público, viéndose a los vagones del Metro, los autobuses, minibuses y autos de concho como espacios que dan gran magnitud a los congestionamientos de público.

En su apresuramiento las muchedumbres anulan distancia entre jóvenes y mayores, sanos y vectores, con una presión que desborda la capacidad de autoridades para imponer reglas en las rutas imprescindibles para ir de un sitio a otro, la mayoría de las veces por insoslayables obligaciones del diario vivir, incluyendo frecuentar hospitales ahora repletos.

Eliminar los motivos poderosos que alimentan la circulación urbana es en extremo difícil, como expresó recientemente el presidente Abinader horas antes de que la propagación de infecciones virales, sobre todo en el Gran Santo Domingo, obligara al Gobierno a reenfocarse.

El cumplimiento voluntario y colectivo de restricciones para no basar su vigencia en drasticidades policiales, haría posible un equilibrio entre las acciones humanas y los controles epidemiológicos. Pero hasta ahora, las prédicas que promueven la moderación no han calado en un sector irrespetuoso, numeroso y sumamente contagioso.

El bumerán de la credulidad

Los ciudadanos prestos a creer en cuentos de camino y a fascinarse por utópicas herencias multimillonarias compiten, en aceptación de las mentiras, con aquellos que componen una legión de escépticos que no confían en vacunas aunque sí en quienes las difaman. Unos y otros, por igual, se muestran receptivos a lo falso e indemostrable.

Este país fue pasto en el pasado de engaños basados en el sistema de «inversiones» piramidales que despojó para siempre de cuantiosos ahorros a muchos de los zoquetes que, al por mayor y detalle, andan por ahí.

Un daño pecuniario que retrató la extrema ingenuidad de las víctimas, a tal punto que varias de ellas no se atrevieron después a reclamar públicamente para no aparecer ante los demás como tontos de capirote. Los falsificadores de la realidad tienen en la Internet a su mejor aliado.

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