Con frío o con calor

Con frío o con calor

Haga frío o haga calor, siempre, escribir es lo mejor. Periodistas y escritores, según parece, están “condenados” a doblar cuello y lomo sobre un escritorio para redactar “el texto del día”. Pero a quien tiene la vocación de escritor las tareas propias de su profesión le producen felicidad: al seleccionar el tema, al “darle vueltas” en la imaginación, al convertirlo en palabras, al leerlo para hacer correcciones, al verlo publicado en forma de artículo de periódico, folleto o libro. Pequeñas vacilaciones al escoger ciertos vocablos, preocupaciones acerca de la “hora límite de entrega”, son molestias menores o angustias pasajeras. Al final, el escritor se siente como una gallina al poner un huevo; y cacarea de satisfacción.

Para la gallina todos los huevos son iguales, aunque algunos sean fértiles y otros no; la intervención del gallo, hasta donde he podido saber, no cambia el tono del cacareo. Pero el escritor sabe, por medios completamente misteriosos, cuándo ha puesto “un huevo memorable”. ¿Qué “desarreglos” ocurren en la mente de los escritores para que se sientan compelidos a escribir de manera continua e incoercible? Los profesionales de las ciencias naturales hacen investigaciones que, una vez realizadas, requieren ser comunicadas por escrito. Entonces acometen la “dolorosa” tarea de escribir unas “conclusiones” que, tal vez, preferirían difundir de viva voz, en cátedra, en tertulias con sus colegas.
Para esos profesionales, escribir es un “trabajo adicional”, engorroso, que acarrean sus obligaciones científicas o académicas. Escriben porque no tienen más remedio, a regañadientes, por conveniencias o por vanidad gremial. El escritor escribe por amor a la escritura, por íntima necesidad psicológica. Cuando no se refiere a lo que ocurre en la sociedad donde vive, a “lo que pasa en el mundo”, el escritor fija su atención en sus propios estados de ánimo.
Quiere decir que lo mismo observa el atardecer de un día lluvioso, fechorías de delincuentes, o se mira el ombligo o rememora su niñez. ¿Cómo es posible que tantos escritores logren despertar el interés del público y consigan una legión de lectores? Algo en común debe haber entre el lector y el escritor para que surja esa forma de empatía que es la lectura. Lo humano incluye ombligos y atardeceres.

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