Con gratitud incentivadora cerebro y corazón

Con gratitud incentivadora cerebro y corazón

 Lo primero, agradecer profundamente al Dr. José Silié Ruiz, eminente neurólogo y hombre de extensa y multidireccionada cultura, cuya caballerosidad me remite a su padre, el Dr. José Silié Gatón, quien parece un personaje de otros tiempos y cuyo trato le refresca a uno el alma.

    Merecer tan atenta lectura de mi columna del sábado 9 del corriente por parte de un profesional eminente como Silié Ruiz, excede en mucho mis expectativas. Igualmente sus valiosos comentarios.

   El Dr. Silié Ruiz sacudió mis inquietudes.

   Es que no creo que la ciencia, por más moderna que sea y mejor dotada que esté de “tecnología de punta”,  pueda comprender la naturaleza del fenómeno humano.

   Voy a referirme a un caso personal, con el solo propósito de garantizar su veracidad. Hará un par de años, al poco tiempo de despertar en la mañana (antes de las ocho es un pecado, las nueve es aceptable) Miriam, mi esposa, que es muy observadora, me dijo: -Te siento raro ¿estás bien?

   -Sí, repuse, es que me siento triste….

    Entonces,  dubitativa, comentó que yo suelo despertar con una sonrisa y procedió a tomarme la presión arterial. Quedó dudosa y me tomó el pulso. No había pulso perceptible. Me conminó: Vístete, que vamos al médico. Allá nos informaron que la frecuencia de los latidos cardíacos estaba tan  alta (bordeando las doscientas por minuto) que la percepción palpatoria era prácticamente  imposible. ¿Se había detenido el corazón?  No era posible. Un afamado especialista recurrió a medidas medicamentosas heroicas para regularizar el ritmo cardíaco. También se  llegó a  instalar un equipo de resucitación (de choques eléctricos) para intentar cubrir el   eventual fracaso de las medidas tomadas.

¿Qué había sucedido? ¿Algún sumergido estado emocional mio había provocado una arritmia?

     Nadie sabe.

   Para mí, la importancia de un corazón orgánicamente sano, trasciende su función de bomba propulsora de sangre. Aparte del corazón ¿por qué no sentimos internamente los efectos de la vida emocional que tiene su origen y mandato en el cerebro? ¿ Es que el cerebro está encaprichado con el corazón? ¿Por qué no sentimos emociones en el páncreas o en el hígado o los riñones… que son órganos tan importantes?

  No. Es el corazón el que frente a situaciones emocionales te aprieta, te oprime, te duele, el que sientes ahí, extrañamente adolorido.

  Mi pregunta, irrespondible, es: ¿Será alguna vez la ciencia capaz de comprender y explicar la naturaleza del fenómeno humano?  ¿ Perdurarán inalcanzables las incógnitas de dicho fenómeno frente a todo desarrollo científico ulterior?

   Mientras tanto diré con Verlaine: “Allons, mon pauvre cœur, allons, mon vieux complice”.

   Marchemos, mi pobre corazón, ¡adelante viejo cómplice!  

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