Con los pantalones “brincacharcos”

Con los pantalones “brincacharcos”

Los países que han logrado avances sustanciales, capaces de brindarles a sus habitantes mejores condiciones de vida, lo han hecho a base de sacrificio general y con la aplicación de medidas tomando en cuenta las necesidades presentes y  futuras de toda la población. Entendiendo que no se puede hablar de desarrollo y progreso, mientras más de la mitad de las personas no cuentan con soluciones que les permitan vivir en condiciones verdaderamente dignas.

Aquí, cuando nos quieren hacer creer que avanzamos, es porque un grupo en realidad lo está; precisamente aquellos que dirigen o tienen el control de las cosas en todos los aspectos,  mientras el resto del país  vive en situaciones realmente calamitosas o sin poder cubrir  sus necesidades; ni siquiera las más elementales.

Cuando la sociedad se  ha hecho ilusiones de que por fin podía  ponerse pantalones largos, resulta que, por mala calidad de la tela o porque los sastres han resultado malos,  les han quedado “brincacharcos”. En realidad los que tenemos son pantaloncitos igual o más cortos que antes.

Parece ser como si la mayoría de nuestros líderes han perdido o abandonado el sentido de la cordura y la inteligencia, ocupando su tiempo y sobre todo recursos en cosas que pudieran ser importantes para una minoría, pero no para una nación llena de problemas esenciales y fundamentales.

De la misma forma  que la ciudad capital ha sido dividida y se han creado provincias y municipios que para algunos no tienen sentido, igualmente podríamos establecer dos países dominicanos. Uno para los  que  dirigen y mantienen el control de las cosas y otro para el “Resto”. Entendiendo como resto a todos aquellos que tienen que conformarse con ver el desarrollo y el progreso desde lejos, pero en medio de precariedades, salarios bajos o sin trabajo y sin acceso a servicios eficientes.

Un país para los que ganan salarios de privilegio, algunos sin haber cumplido con los más elementales principios de las normas éticas y morales en sus vidas públicas como privadas y para los que se benefician de las oportunidades que les brinda el poder, y otro para la mayoría que tiene que conformarse contemplando los espectáculos indescifrables e interminables de los sectores de poder.

Dos países que con cualquier quítame esta paja podría convertirse en uno solo, pero no porque se acabaron los privilegios, sino porque los contempladores se cansen de sentirse pisoteados y despreciados de que los representantes de las diferentes entidades públicas como privadas continúen su loca carrera, menospreciándolos y llevándoselos de encuentro.

Ojalá lo entiendan así todos los dirigentes, especialmente los patrocinadores y  participantes en la Cumbre que ha creado tantas expectativas.

Dios quiera que logren ponerle límites a sus apetencias egoístas, y abandonen la búsqueda de soluciones con fines puramente políticos,  porque solo estarán  contribuyendo  a profundizar la crisis y  aumentar la distancia entre los insaciables de la cúpula y la mayoría desesperada, pero en acecho.

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