Con mi tristeza a cuestas

Con mi  tristeza a cuestas

Hola nuevo día
¿Cómo estás?
Te saludo desde mi ansiedad y
quisiera encontrar en ti la sonrisa que
perdí.
Dime esperanza ¿cómo te va?
Ojalá pudiera disponer de un ratito
libre, solo para conversar.
Decirte que tal vez no entendiste
bien que no aspiro el
cielo
no es eso lo que
espero.
Lo único quiero es sentirme querida
quiera Dios que hoy
por lo menos hoy
al llegar la tarde,
no sea ya muy tarde
como para comprender que mañana y
hoy es igual que ayer
y tener que esbozar la ausencia de
la alegría
esperando un nuevo día y decir una
vez más:
Hola nueva noche, buenas noches, si
te interesa te regalo mi tristeza.
Te regalo mi tristeza, Yaqui Núñez
del Risco
Escribo este Encuentro guiada por mis dedos y mi corazón. Con la rapidez del hambriento que busca desesperadamente un trozo de pan para saciar su hambre. Escribo en medio del bullicio callejero, de los tapones infernales, de la cotidianidad que hoy no me parece interesante; y sin embargo, me siento sola, muy sola con mis sentimientos, mis
lágrimas y mis
lamentos.
Lo he dicho ya, reivindico el
derecho a la tristeza, a la bruma existencial. Mientras escribo estas palabras
recordé un poema juvenil que escribí en el cuaderno que celosamente guardaba/escondía más bien, en mis gavetas, temiendo que alguno de mis osados hermanos descubriera el secreto. El poema se llamaba
¿Lluvia o llanto? En mi sensibilidad juvenil, escribía que el cielo lloraba por mí, pues no quería que mi madre descubriera la tristeza de una joven enamorada de un imposible.
Terminaba
diciendo ¿Lluvia o llanto; llanto o lluvia?
Esta mañana al despertarme,
lloraba el cielo. Lo hacía por mí.
Recordé entonces mi viejo poema que solo guardo en mis recuerdos pues desapareció el cuaderno con el paso de los años, mientras construía mi propia historia.
Desde siempre, a pesar de mis
sonrisas, de mis carcajadas, he amado la soledad, la nostalgia, la tristeza, y por qué no, la alegría también. Mi sensibilidad me ha traicionado muchas veces. A veces me hieren y aunque no lo demuestro, lloro después en el silencio de una buscada soledad.
La muerte es el tema
permanente
en la existencia humana. Está ahí
esperándonos.
Es la única
certeza con la
que contamos.
Pero tememos su
cercanía, su presencia en nuestras vidas. Como dicen Rubén Blades, entre el nacimiento y la muerte, están las decisiones y con ellas construimos nuestro destino. Morir es la verdad inexorable del costo de vivir.
El dilema existencial es que no sabemos cuándo llegará. Pero ella está ahí y nos acecha.
Aceptarla es una tarea dura, difícil, impensable a veces. Hoy es de esos días en que no puedo encontrar belleza en la orquídea de mi jardín que floreció hace unos días. Esta mañana intenté encontrar el éxtasis en el amanecer que me regaló el nuevo día. La salida del sol no me pareció tan espectacular como siempre. Ni las olas del mar iluminadas por tenues rayos del sol me impresionaron. La lluvia que caía sobre el vehículo mientras caminaba a mi rutina de ejercicios me dejaron vacía.
Normalmente disfruto cada gota que cae sobre el cristal. Observo las figuras que dibujan mientras se deslizan.
A veces me
entretengo con este simple placer
que me hace olvidar los molestosos tapones y las travesuras de los motoristas.
Hoy me siento incapaz de dar un abrazo, aunque quiera. Mis brazos están caídos, pesados, aletargados a lo largo de mi cuerpo. Hoy no puedo ni siquiera hacer lo que más amo: escribir. Estoy escribiendo, lo sé, pero son mis dedos los que me guían. Las lágrimas me impiden ver la pantalla.
Lloro aceptan
sufrimiento.
Lloro a sabiendas, porque lo sé y lo he leído, que todos tenemos un tiempo en esta tierra, que nuestra misión tiene fecha precisa de expiración.
Lloro porque sencillamente estoy
triste, profundamente triste, inmensamente triste.
Lloro porque elegí no estar
alegre. No quiero ver alegría, aunque mañana la retome.

Lloro porque llorar libera el
alma.
Lloro porque reivindico el
derecho a la tristeza
Lloro porque elegí hoy la
tristeza como mi compañera
Lloro porque las lágrimas que
corren por mis mejillas me recuerdan que soy humana y que tengo sentimientos.

Lloro porque acompaño al cielo en
su llanto incontrolable que nos recordándonos cuánto la hemos maltratado.

Lloro porque hoy me niego a ser
intelectual, objetiva, para ser sencillamente mujer y ser humano.

Espero que estas lágrimas
terminen. Hasta el próximo Encuentro.

Aquí vive un poeta.

La tristeza no puede

entrar por estas puertas.

Por las ventanas

entra el aire del mundo,

las rojas rosas nuevas,

las banderas bordadas

del pueblo y sus victoria.

No puedes. (…)

Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos: quiero la luz y el trigo de tus manos amadas pasar una vez más sobre mí su frescura: sentir la suavidad que cambió mi destino.

Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero, quiero que tus oídos sigan oyendo el viento, que huelas el aroma del mar que amamos juntos y que sigas pisando la arena que pisamos.

Quiero que lo que amo siga vivo

y a ti te amé y canté sobre todas las cosas,

por eso sigue tú floreciendo, florida,

para que alcances todo lo que mi amor te ordena, para que se pasee mi sombra por tu pelo, para que así conozcan la razón de mi canto.

Pablo Neruda, Oda a la
Tristeza

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