Con miedo a la policía… y a la «policía»

Con miedo a la policía… y a la «policía»

REGINALDO ATANAY
Madres, amigas nuestras, residentes en Santo Domingo, nos han confiado que le están cogiendo miedo a salir a la calle. Unas,  salen  sólo a su trabajo. Otras, provocan reuniones sociales en su hogar, con tal de no salir, para evitar agresiones… y conservar la vida.

La cosa se ha puesto, en Dominicana, que «uno no sabe lo que puede pasar», decimos, citando frases que suelen usar  las abuelas, para manifestar temor al futuro inmediato.

Y es que los tantos asesinatos, atracos, robos y agresiones físicas de todo tipo y forma, cunden en el territorio nacional. Uno de los problemas que agrava la situación, es que la ciudadanía le va tomando miedo a la policía, y también a la «policía».

Porque en medio de la confusión y el desasosiego, hay ladrones con uniformes, que son policías; y ladrones, con uniformes, que no tienen sueldos de policías, ni están inscritos como tales, pero que usan ese uniforme, para «trabajar» en su mundo delincuencial.

Y luego, cuando les echan mano a esos «amigos de lo ajeno», suelen decir que «son inocentes». Y las mamás de los delincuentes afirman y reconfirman que sus hijos son dechados de virtudes. Es aquello de que «toda mamá tiene hijo bueno».

Hay una descomposición social creciente, que hace rodar por lo bajo muchas esperanzas de que «la cosa mejore». Las historias delincuenciales van subiendo de tono. Tanto, que algunos policías «de verdad» tienen miedo de meterse a implantar el orden en  barrios capitalinos, y si la cosa sigue así, los viejos volverán a decir lo que decían antaño: «nos llevará quien nos trajo». (Y nunca ha podido saberse quién «nos trajo» ni mucho menos, quién nos volverá a llevar).

El caso más espectacular acaba de acontecer hace brevísimas horas, en la calle Padre Castellanos, en donde una pandilla, armada de escopetas, asaltó una funeraria, y se llevó el cadáver de un delincuente que allí velaban, para velarlo ellos a su estilo, en una cancha de un barrio de indigentes donde  tienen sus dominios. A  ese sitio, la policía tiene miedo de entrar, porque los bandidos están en posesión de armas más poderosas, de la que usan los agentes del orden.

El muerto secuestrado era miembro de la banda de delincuentes que lo sacó de la funeraria, y los secuestradores no oyeron las voces de los dolientes, quienes querían llorar a su difunto en el sitio en donde lo habían puesto.

Se habla de que todos esos desmanes son planificados para crear cierto tipo de situaciones; nosotros no lo creemos. Simplemente, lo que sucede es que el número de «graduados» en delincuencia ha crecido, y a ello se suma el motivo casi principal de todas estas tropelías: venta, compra, importación, exportación, y uso de drogas.

Hace años que gente hija de clase adinerada, y con fuertes conexiones políticas, comenzó a bregar con el negocio de las drogas. Repartían drogas en barrios marginados, cual si fuera el pan bendito de San Antonio, o caramelos. Regalaban los estupefacientes a diestra y siniestra, con el macabro propósito de enviciar a los jóvenes que no hallaban un futuro por dónde salir a flote. Y ahí fue, «donde la puerca torció el rabo»; fueron naciendo delincuentes agresivos, y esos nacimientos se han sucedido en forma abundante y vertiginosa, y ahí se tienen los tristes resultados: un amplio sector de jóvenes de aquellos barrios -y de otros- está podrido con las drogas. Y así, propician atracos y muertes, para poner a la gente como está ahora: temerosa de moverse en las calles.

Y la ciudadanía le está teniendo miedo a los ladrones. Y a la policía.

Para la meditación de hoy: Los temores han sido fomentados por personas que no creen en sí mismas. Y si creen en ellas, tienen la creencia errada de que «no sirven». Y alguien que, desde su adentro, decrete y sienta que «no sirve», ya está vuelto una etcétera antes de que comience cualquier empresa. El temor, como algunas enfermedades físicas, es contagioso. Y cuando en grupos y barrios se agranda el temor, las desgracias se hacen sentir con mayor intensidad. Tú que has oído hablar tanto de la fe y la paz: ten fe en ti, y el poder divino que te mueve. Y extiende un poquitín más esa fe, para que sepas, que quien teme tiene, en cualquier empresa que se dedique, las mayores posibilidades de fracasar…

 

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