Con seguridad social o sin ella

Con seguridad social o sin ella

LOURDES CAMILO DE CUELLO
Te sobrevinieron vómitos y diarreas. Te llevaron de inmediato a la sala de emergencia de la clínica. Allí permaneciste durante varias horas en espera de una habitación y del depósito de la fianza para tu internamiento.

Te llevaron a la habitación. Sueros y oxígeno intentaban reanimarte mientras tu cuerpo continuaba emanando sudores a raudales. Una bacteria infernal se había apoderado del mismo. Baja presión, altos glóbulos blancos. Tres médicos luchaban por tu vida para evitar el colapso mortal.

Tu cuerpo permanecía postrado, cubierta tu cara, tu garganta, tu uretra, por cables y aparatos que permitían sacar tus impurezas.

Entre la vida y la muerte se te hizo una cirugía mayor y volviste a tomar el sendero de la vida.

Saliste un día de la clínica libre de los aparatos que sacaban todos los efluvios del cuerpo. Te recuperabas. Pero habías notado que durante los diez días que habías estado en cama, inmóvil, te habían salido llagas en los puntos de apoyo de tu cuerpo.

Enormes llagas en los talones de tus pies, cercanas al cóccix, tus muñecas se iban tornando negruzcas, pestilentes, horadando tus carnes blandas, exhaustas y débiles.

Te preguntaste por qué mientras trataban de salvar tu vida no habían tenido el cuidado de moverte, de evitar que el cuerpo se apoyara. Recordaste a tu padre, médico, quien te había advertido: nunca debes estar inmovilizada, levántate, camina aunque duela, témele a las clínicas.

Y supiste que mucha gente había pasado lo mismo que tú. Que muchos enfermos de cáncer habían sido dejados inertes en camas por días produciéndose la misma situación en ellos; supiste que don Rafael pasó por lo mismo, supiste que las ancianitas del hospicio habían muerto de igual manera, supiste que tu prima había pasado por la misma ruta que a ti pudo evitársete cuando supiste que en centros clínicos y privados muy reconocidos carecen de personal adecuado para mover a los pacientes, carecen de enfermeras con sensibilidad que se compadezcan de aquellos que no pueden valerse por sí mismos y mientras la ciencia y la abnegación profesional trabajan por arriba, por debajo la negligencia corroe y destruye.

Tres médicos han luchado por tu vida. Deberán seguir luchando hasta tanto esta costra que te corroe deje tu cuerpo y vuelvas a nosotros con toda tu alegría.

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