Con techo de cristal

Con techo de cristal

HAMLET HERMANN
Si yo estuviera en la posición de George W. Bush no se me ocurriría acusar a Cuba de violaciones a los derechos humanos. No lo haría por la misma razón que una mujer decente no puede andar levantándose la falda si no lleva una ropa interior bien puesta. Quizás este Presidente de los Estados Unidos, por sus enormes responsabilidades, no tuvo la oportunidad de leer The New York Times del pasado viernes 18 de marzo. Por ese asomo de ignorancia, a  lo mejor sus representantes ante la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas todavía andan buscando denodadamente un país que le sirva de testaferro para presentar acusaciones contra Cuba.

Esa edición del diario neoyorquino trae las declaraciones del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en las que admite la aplicación por parte de su personal de torturas a sospechosos de haber cometido actos terroristas. La admisión de violación flagrante de los derechos humanos fue hecha por Porter J. Goss ante el Comité del Senado para Asuntos de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Incluso cuando fue cuestionado con más precisión por los consternados congresistas, consintió en darles más información si se hiciera una reunión cerrada en la que los testimonios fueran secretos. O sea que la realidad es peor que lo que se puede decir públicamente. En su beneficio, Goss alegó con ingenuidad que en el pasado hubo incertidumbre entre los agentes y el personal contratado en cuanto a qué tipo de técnicas estaban específicamente permitidas y cuáles estaban prohibidas. Recordó el director de la CIA que desde 2002 había sido emitido un memorando en el que se flexibilizaban los límites de los interrogatorios. Dos años después, en 2004, ese memo sería repudiado aunque muchos agentes parece que no se enteraron de esa medida.

Mientras, del otro lado del Atlántico, en Ginebra, Suiza, hablaba el canciller cubano ante el 61 período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Dijo el ingeniero Felipe Pérez: “Todo el mundo sabe en esta sala que no hay razón para presentar una resolución contra Cuba en esta Comisión. No hay en Cuba, ni ha habido nunca en los 46 años de Revolución una ejecución extra judicial, un desaparecido, ¡uno solo! ¡Que presente alguien el nombre de una madre cubana en busca todavía de  los restos de su hijo asesinado! ¡O el de una abuela que busca a su nieto entregado a otra familia tras el asesinato de sus padres! ¡Que se presente aquí el nombre de un periodista asesinado en Cuba, y en América Latina fueron asesinados, sólo en 2004, veinte periodistas! ¡Que se presente el nombre de un preso vejado por sus carceleros, un prisionero puesto de rodillas, presa del terror, ante un perro entrenado para matar!”

Evidentemente que la diferencia entre los discursos del director de la CIA y el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba es abismal. Uno admite sin tapujos ante una Comisión del Senado norteamericano la tortura como política de su organismo. El otro, ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU reta al mundo a que presente uno solo de estos casos que haya tenido lugar en su país.

A pesar de la evidencia y la confesión de la CIA, ningún gobierno del mundo osa acusar a los Estados Unidos ante la ONU de violación a los Derechos Humanos. Triste paradoja. Lo que la propia prensa norteamericana nos viene mostrando desde hace tiempo es que el fundamentalismo cristiano de la Casa Blanca sostiene los mismos conceptos usados contra los herejes durante la Inquisición ejercida por el Santo Oficio en la Edad Media. Las torturas más horribles están siendo diseñadas y practicadas en Estados Unidos para, supuestamente, combatir el terrorismo. Sin embargo, tal como aseguró el director de la CIA en la sesión antes señalada, la realidad es que cuando la tortura a los sospechosos resulta inconveniente para la Administración Bush, los detenidos son enviados a otros países donde la tortura es una práctica acostumbrada y no sancionada. Ojalá tuviera el presidente W. Bush oídos para escuchar un buen consejo: frenen a tiempo y no hagan el ridículo, aunque sea a través de títeres, acusando a Cuba de violadora de los Derechos Humanos. Los propios funcionarios de los Estados Unidos están confesando su culpabilidad en las violaciones a los Derechos Humanos con el consentimiento de la Casa Blanca y eso es indefendible. Deténganse a tiempo porque el que tiene casa de cristal no debía estar lanzándole piedras al vecino.

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