¿Concertación o alienación?

¿Concertación o alienación?

PAULO HERRERA MALUF
El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones, dijo Churchill hace más de seis décadas.  Se refería a cómo Chamberlain, el caballero de la vieja escuela que fungía como primer ministro británico cuando Alemania se preparaba para invadir Polonia en 1939, debilitó terriblemente a su país al negar la realidad evidente que tenía ante sí.  El craso error de cálculo de Chamberlain pasó a la historia como un ejemplo de ingenuidad política y de concertación pobre y poco inteligente.

A pesar de que ha llovido mucho desde entonces, la máxima de Churchill tiene una actualidad inquietante para la democracia dominicana, pues para lograr avanzar a través de la concertación, las buenas intenciones no bastan.  Lejos de ser automática, la buena concertación es un tema de buen gobierno y de articulación. 

Además, cuando la concertación es mal entendida – o mal construida – no se crea valor social.  Más que eso, lo destruye.  Y por muchas razones.

Destruye valor social porque desmoviliza y aliena a los agentes democráticos.  Porque perpetúa la desarticulación.  Destruye valor cuando pretende sustituir a la movilización constructiva.  O cuando pretende desactivar la presión que pueden y deben generar los grupos de interés.

Destruye valor social cuando los que pretenden concertar no son representantes auténticos de sus respectivos sectores.  O cuando la representación es incompleta o excluyente.  Esto es, cuando no están todos los que son ni son todos los que están.

La mala concertación hace más daño que bien cuando no existe un protocolo adecuado.  O cuando los moderadores de los procesos de concertación no son imparciales o tienen una agenda propia.  Y si esta agenda se beneficia con la inmovilidad, peor aún.

La buena concertación no será posible mientras exista un alto grado de asimetría entre los actores.  Pretender concertar sin resolver esta asimetría sólo logrará alienar sistemáticamente a los más débiles.  Y, por tanto, destruirá valor social.

No es lo mismo concertar que evitar el conflicto a toda costa.  Ni es lo mismo que ausencia de tensión.  De hecho, las normas de buen gobierno público y privado establecen que es sano cierto grado de tensión entre vigilados y vigilantes.  Incluso, para el buen gobierno, la ausencia de tensión levanta de inmediato una bandera roja de atención y sospecha.

Esta noción puede parecer extraña para los agentes democráticos dominicanos.  En nuestras mentes amaestradas, la tensión, la aserción y la defensa de intereses genuinos son sinónimos de conflicto.  Y estamos programados para huir del conflicto como el diablo a la cruz.

Por la vestimenta de cortesía y buenas maneras que cubre a la mala concertación, es fácil creer que existe vocación para concertar cuando en realidad se trata de una mezcla perversa de miedo, complacencia y autocensura.  Esta concertación mal concebida sólo traerá la reducción de la pluralidad y la domesticación de los grupos de interés, edulcoradas ambas con un narcotizante sentimiento de hermandad y de ausencia de conflicto. 

La interacción entre los diversos actores del juego democrático crea valor a través de la sana confrontación de intereses, y requiere de espacios de concertación especialmente diseñados para ello.  Y esto es materia de articulación, más allá de las buenas intenciones.

Que sea el lector el que juzgue el tipo de concertación que nos gastamos en República Dominicana. ¿Se trata de creación de riqueza social o de alienación que nos deja varados en el camino al infierno?

(p.herrera@coach.com.do)

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