Concho Primo y los tributos

Concho Primo y los tributos

Pedro Gil Iturbides
El primero que concibió un uso racional y lógico para los gravámenes aplicados por el gobierno central fue Ramón Cáceres. Mon, como le llamaban, era un hombre superior.

Hoy le habríamos llamado estadista. Y sin embargo de lo dicho, lo matamos. Y paradojas de la vida, este crimen no resultó del respaldo que brindase a don Federico Velásquez y Hernández para organizar las finanzas públicas, sino de celos derivados de la designación del Ministro de Guerra y Marina.

Mon no era académico. No fue profesor universitario. Ni siquiera fue profesor de enseñanza básica, y sin embargo de ello, apoyó en forma decidida el sistema de enseñanza. Aunque, justo es consignarlo, creía que la mejor manera de impulsar el crecimiento del país era mediante la enseñanza de las técnicas agrícolas. Por ello abrió las primeras escuelas que funcionaron en el país para la educación en esas técnicas. Sus escuelas están abiertas todavía, aunque la de Moca fue adosada a la Escuela Agrícola Salesiana, instalada en La Vega.

Nunca prometió reducir el gasto corriente en un veinte por ciento al juramentarse alguna vez como mandatario. De hecho, este concepto no se dominaba por aquellos tiempos. Pero aceptó, patrocinó y ofreció su fuerte respaldo a las decisiones de su Ministro de Hacienda, don Federico, para que los gravámenes se dirigieran a impulsar la creación de una infraestructura social y económica. De manera que, bajo la orientación de su Ministro, y por supuesto, la presión de los acreedores internacionales, las recaudaciones dejaron de ser botín de Concho Primo.

Una proporción de ellas, por el convenio dominico-americano, se destinó a satisfacer las reclamaciones de Estados Unidos de Norteamérica, adquiriente de los títulos de deuda del Estado Dominicano.

Los otros fondos se destinaron al pago de la empleomanía pública, y a la modesta pero sistemática inversión iniciada en el sexenio que gobernó hasta su asesinato. Para contener a Concho Primo reunió a todos los alzamontes del sufrimiento de la República, en la propiedad de su familia, en Estancia Nueva, en el Municipio de Moca.

Aunque parezca mentira, logró que Concho Primo entendiera lo que perseguía: una Patria mejor para todos.

No era académico, les dije. En una carta enviada a su madre, le hablaba de las presiones de Concho Primo por llevarse las recaudaciones del fisco, y otras dificultades. Con melancólico acento señaló que deseaba ser el último Presidente montaraz de la República. Soñaba con que lo sucedieran hombres públicos capaces de entender qué significaba encaramarse en la cima del Estado. Mas no logró su objetivo, tal vez por el desatinado empeño del rebote de conchoprimismo que segó su vida.

A su muerte siguió el caos. Y tras el caos, la intervención militar de Estados Unidos de Norteamérica, con sus primeros atisbos de organización impuesta sobre el pueblo y el Estado dominicanos.

Este orden financiero, sin embargo, no echó raíces, pues como puede palparse, únicamente con Rafael L. Trujillo o Joaquín Balaguer ha logrado detenerse la apetencia de Concho Primo. Por supuesto, ya éste no actúa como en un pasado remoto. Pero su actuación, más encubierta, nos conduce lo mismo que ayer, a la pobreza.

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