Conciso

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Turismo dominicano

Es inimaginable la diferencia, en todos los aspectos de la vida cotidiana, que presenta la ciudad de Nueva York cada verano. Hasta a los que residen por muchos años en esta urbe les cuesta recordar en estos días los meses de la cruenta época invernal. Lo mismo ocurre en invierno. Es que las dos estaciones obligan a adoptar actitudes excesivas.

Se me escapa una carcajada cada vez que recuerdo cuando mi hermano Pachy vino por primera vez a Nueva York (febrero de 1975), con la temperatura bajo cero…Exclamaba: “Esto no puede ser!” “Está pasando algo anormal!”, mira esos palos secos, jamás volverán a echar hojas ni flores!… El “brother” se entraba en las cabinas telefónicas para guarecerse del frío y daba mucha brega sacarlo de ahí. No creía lo que estaba viviendo.

Por supuesto, luego pasa ligera la primavera y se viven meses en el “Edén”.

Y en pleno verano, este año el calor se siente más sofocante. Siempre ha llegado a los 100 grados Fahrenheit para esta época, pero lo más seguro es que la comunidad nuestra, aquellos que vinieron en los setenta y ochenta, se hayan hecho más vulnerables a las muy altas y a las muy bajas temperaturas. Cada vez el frío es peor y el calor de verano se hace más irresistible. Y, entre una y otra estación, se acorta el tiempo, se acelera la vida, te posee el estrés, en una metrópoli que te mantiene los sentidos en alerta 24/7. Y más poseído de esa intranquilidad penetrante se va haciendo el que no puede darse el “lujo” de ir varias veces al año a RD. Porque llegar a la bella isla, es como sentir que se abren las compuertas. Una terapia relajante, no solo muscular, sino que un viaje a la “tierra de mis amores, de suaves brisas y de lindas flores”, más que turístico o familiar, reconforta y se convierte en antídoto para volver renovado a enfrentarse a ese Nueva York que se esconde en rascacielos y que con su magia impositiva te convierte en grande.

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