El expresidente de Perú, Alberto Fujimori (1990-2000) fue condenado por la Sala Penal Especial de la Corte Suprema, el 7 del presente mes, a 25 años de reclusión, hasta el 10-02-2032, por “delitos de homicidio de dos matanzas, secuestro de un empresario y un periodista”.

De inmediato, su hija mayor, la congresista Keiko Fujimori, no solamente anunció la apelación de la sentencia, sino que pronosticó que se convertirá en un bumerán contra los perseguidores de su progenitor, con lo cual concuerda este servidor a plenitud.

Keiko Fujimori anunció también el inicio de una cruzada nacional para reivindicar a su padre del escarnio de la sentencia condenatoria, y también este servidor augura que se convertirá un día, en la primera jefe de gobierno del Perú.

En  1987 el entonces presidente Joaquín Balaguer orquestó una ópera bufa de un proceso judicial contra el ex – presidente Salvador Jorge Blanco, porque no obstante los percances borrascosos de abril 24-1984, el etnarca de Navarrete intuía que Jorge Blanco podría obstruirle su continuismo inconcluso en las elecciones de 1990.

Los sectores opositores a Fujimori que no pudieron descuajar a Sendero Luminoso y los Tupac Amaru que ensangrentaron al Perú y que costó un cementerio de 71 mil peruanos, y que Fujimori eliminó y condujo a la cárcel al terrorista Abimael Guzmán, es evidente que estuvieron detrás de esa condena, políticos declarados y jueces clandestinos de la política, pero militantes en el fondo de sus conciencias, como aconteció aquí con Jorge Blanco.

Los sensibleros del patio y amanuenses de “derechos humanos” vitorearon la sentencia política, no jurídica, como fue el caso de Jorge Blanco, lo primero, no lo segundo, que le hice saber y no interpretó como más jurista que político que es.

Valdría la pena seguir con detenimiento el curso de este proceso y verificar luego dónde descansará la verdad final de este caso expectante.