Conferencia de Soledad Álvarez
en la Fundación Corripio

Conferencia de Soledad Álvarez<BR>en la Fundación Corripio

POR FERNANDO QUIROZ
Soledad Álvarez, Premio Nacional de Poesía 2007, nos habla de la ciudad de ayer y de hoy. Del Santo Domingo visto en diferentes momentos y colores por los escritores de sus épocas. 

“Ciudad hecha a imagen y semejanza nuestra: Santo Domingo no es solo la ciudad real y la ciudad histórica. Existe también esa ciudad invisible -tan bellamente descrita por Italo Calvino- a la que, para verla no basta con tener los ojos abiertos”, expresó.

Álvarez pronunció la conferencia La Ciudad en la Poesía Dominicana, invitada por la Fundación Corripio a su sede de la avenida Núñez de Cáceres.

Les recibieron en la actividad, las principales autoridades de la Fundación, José Luis Corripio, su presidente; Jacinto Gimbernard, director ejecutivo; José Alcántara Almánzar y Jorge Tena Reyes, asesores y Pilar Albiac, administradora.

Estuvo compartiendo con un público integrado por escritores, intelectuales, músicos, familiares y otras personas vinculadas al quehacer cultural.

Como buen romántico, resaltó en su conferencia, José Joaquín Pérez se acerca a la ciudad desde las cumbres del sentimiento patriótico, con una mirada exaltada de lo nacional, y de la naturaleza como prolongación de lo propio, y también del yo, de la subjetividad.

Mientras que Salomé Ureña de Henríquez recupera la ciudad ilustre del pasado, centro de conocimiento y de cultura en América durante los primeros cincuenta años del dominio español.

Y recuerda el célebre poema Ruinas de Salomé, escrito en año 1876:

Memorias veneradas de otros días,soberbios monumentos, del pasado esplendor reliquias frías, donde el arte vertió sus fantasías, donde el alma expresó sus pensamientos.

 Pero el poema “Incendio” (1883) de Gastón Fernando Deligne contrapone a la imagen idílica de José Joaquín Pérez y Salomé, la irrupción del caos y la destrucción, simbolizados en el incendio que atestigua la presencia del mal en la ciudad.

 Nos dice: “Una ciudad dormida, bajo los limpios reflejos/de una luna sin mancilla/en un nacarado cielo, pero en la que todo, hasta el aire, es marasmo, todo, hasta la luz, es sueño; todo, hasta el duelo, es quimera; !sólo el mal está despierto!

Álvarez entiende que esta es una visión terrible de la ciudad, aunque el poeta asustado ante la figuración apocalíptica de sus versos, termine aclarando la transitoriedad del mal “ya que el bien es sólo eterno”.

Este poema de Deligne, resaltó Álvarez, fue recuperado por Manuel Rueda y lo incluye en su antología Dos siglos de literatura dominicana.

Mientras que en el ensayo “Santo Domingo en la literatura” Andrés L. Mateo señala que el río Ozama es el primer personaje literario de la ciudad de Santo Domingo.

“Y ciertamente, como él demuestra, desde José Joaquín Pérez hasta José Mármol, pasando por Domingo Moreno Jiménes y Abelardo Vicioso, el Ozama ha sido metáfora, símbolo y sobre-significante de la relación ciudad-historia”, agregó.

  “Y es que la la ciudad, que permaneció amurallada por más de 400 años, desde los últimos años de la dictadura de Ulises Hereaux se multiplica en barrios que son un hervidero de vivencias y significados disímiles: Ciudad Nueva, San Carlos, Gazcue, Villa Francisca”,  señaló.

Entrando el siglo XX, los poetas vuelcan la mirada hacia estos barrios extra muros, populares, heterogéneos y sin el peso de la herencia colonial establecen un diálogo con la universalidad.

San Carlos ha sido uno de los temas de esta poesía. En 1903 Enrique Henríquez registra el incendio de la Villa en el poema “Miserere”, pero es Virgil Díaz en “Rapsodia”, quien con gesto vanguardista y referencias clásicas y multiculturales, reelabora el barrio como lugar donde c            onverge el universo, especie del Aleph que descubriera el personaje de Borges en el sótano de la casa de Beatriz Viterbo, en la calle Garay, donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe.

 Décadas después, San Carlos reaparecería como barrio emblemático de “nuestra ciudad textual”, con Lupo Hernández Rueda, uno de los poetas dominicanos que más ha trabajado el tema citadino, en algunos textos de sus primeros libros, en el poemario Santo Domingo Vertical (1962), en La Ciudad y el amor, escrita en conjunto con Marcio Veloz Maggiolo, Tony Raful y Tomás Castro.

La escritora observó que el barrio ha cambiado, sus casas y sus parques han sido derribados por el empellón indetenible del progreso, y con ellos, han sido destruidos formas de relación y valores esenciales al ser humano.

Si Marcio Veloz Maggiolo, expuso Álvarez, es el arqueólogo y el crononista de la vida y muerte de Villa Francisca y sus habitantes, Lupo Hernández Rueda recupera en la figuración poética la memoria de un   San Carlos, y lo hace con tono elegíaco, y desde esa nostalgia que se ha encontrado como una de las características de la poesía dominicana.

Si ve la ausencia de la ciudad en los postumistas y en los sorprendidos. En el caso de Domingo Moreno Jimenes y los postumistas la proclamada renovación temática frente al modernismo, significó la vuelta hacia la tierra y el paisaje dominicano, hacia el pueblo y la aldea donde se encuentran las raíces de la dominicanidad.

 En la obra de Franklyn Mieses Burgos, por ejemplo, hay un despliegue de la naturaleza tropical y fauna principalmente marinas, abundosas, peculiarísimas.

No es sino en los años finales de la dictadura de Rafael Trujillo (1961) y después, en la vorágine de los profundos cambios sociales y políticos que se producen en el país a raíz de la muerte del dictador, cuando los integrantes de la poesía sorprendida se descubren ciudadanos y dejan representaciones  críticas de alto nivel formal y visiones enriquecedoras de la cotidianidad.Álvarez cita el caso de Freddy Gatón Arce en el poemario “Estos días de tíbar”, poema de denuncia de gran fuerza descriptiva.

También hizo hincapié en dos ejemplos que consideró sobresalientes: Ciudad de los Escribas, de Antonio Fernández  Spéncer y Santo Domingo es esto, de Manuel Rueda.

Agrega que el poema de Fernández Spencer es la puesta en página del drama interior del hombre de la ciudad, un ser anónimo, que se reconoce en su soledad y que atribuye al abandono de Dios el origen de sus desventuras y el fracaso de la humanidad.

Mientras que Rueda es poeta de la provincia, de su tantas veces evocado Monte Cristi natal, y también poeta de la ciudad, de un Santo Domingo con el que establece una relación apasionada de pertenencia, articulada a su visión integradora del mundo y la poesía. Santo Domingo está presente en una gran zona de la producción literaria de Rueda. En sus ensayos y cuentos, en sus obras de teatro y en su poesía, incluyendo una especie de guía sobre la ciudad, un texto al que no dio mucho valor pero que es testimonio de su profundo conocimiento sobre la historia y la arquitectura de Santo Domingo. Más reciente, la ciudad textual se ideologiza y las protestas y los reclamos de justicia y libertad se alzan en sus páginas frente a la pobreza y profunda desigualdad de la sociedad.

Soledad Álvarez

[Santo Domingo 1950]. Se inició en las páginas literarias del periódico El Caribe a finales de la década del sesenta. En esos años formó parte del grupo literario «La Antorcha» y del movimiento conocido como «Joven poesía dominicana», que durante los años setenta realizó numerosas publicaciones y recitales poéticos tanto en la ciudad de Santo Domingo como en el interior del país. En esos mismos años mantuvo una columna de comentarios y crítica literaria en el periódico El Nacional, titulada «Soledad Álvarez escribe A.M.» De esa época son sus antologados poemas «Si nacieras llamándote Luis Pérez» y «Rituales». En el año 1975 sale del país hacia La Habana, Cuba, donde obtiene una Maestría en Literatura Hispanoamericana con una tesis sobre Henríquez Ureña. Su estadía en La Habana no sólo le permitió una acabada formación académica, sino también el contacto con reconocidos escritores latinoamericanos a través de su trabajo en el Centro de Investigaciones Literarias (CIL) de la Casa de las Américas, en cuya revista publicó textos de crítica literaria.

A su regreso al país trabajó junto a Manuel Rueda en el suplemento cultural Isla Abierta, donde publicó comentarios de libros, crítica y poemas. Como Ayudante del Gobernador del Banco Central para el Plan de Extensión Cultural de esa institución, realizó una intensa actividad cultural y editorial, formando parte, además, de la Directiva de la Asociación de Críticos Literarios. Durante un año, junto al poeta José Mármol, condujo las exitosas «Tertulias del Centro Cultural Hispánico», donde también impartió seminarios sobre literatura. Ha sido invitada a encuentros y congresos literarios en Venezuela, México y Estados Unidos. En 1980 obtuvo el Premio Siboney de Ensayo con su libro La magna patria de Pedro Henríquez Ureña, reeditado posteriormente por la Universidad Católica Madre y Maestra. Ha editado el libro De tierra morena vengo (1986) y Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana (1994). Ha publicado dos libros de poemas:  Vuelo posible (1994) y Las estaciones íntimas (2006) con los cuales ha asegurado un lugar en la poesía dominicana contemporánea. Otras obras suyas incluyen: El Debate sobre las generaciones (Santo Domingo: Fundación Cultural Dominicana, 1991) y Complicidades (Santo Domingo: Fundación Cultural Dominicana / Taller, 1998).

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