Confesión de un hereje

Confesión de un hereje

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Una noche, cometí el error de entregarle a mi madre el manuscrito de una novela política, en que un renombrado sacerdote colaboraba con un dictador. La leyó iracunda, y al verme me disparó a quemarropa: «He leído tu sátira hereje y blasfema contra el Vaticano». «He elevado preces a todos los santos por tu salvación. ¡Escóndete rápido!

Miré mi «pecaminos» manuscrito y me sentí un Judas Iscariote y Dan Brown excomulgado, y mirándola le confesé que verdaderamente desconocía la sátira y su técnica, feudo exclusivo de genios como Voltaire, Moliére, Bernard Shaw, etc.

¿Y tú crees que quien ataca a un indefenso sacerdote y al noble clero, puede ser listo y genial? -dijo ella blandiendo el rosario como un látigo-.

-Madre, en mi obra no se arremete contra personas sino contra arquetipos. Sólo critico al arquetipo del cura corrupto. Si la relees verás que critico honradamente, con ánimo bondadoso, sin saña, con perdón. Y agregué: el humorismo es bondadoso; es la manera más cariñoso y menos dolorosa de criticar. Es la mejor manera de señalar las fallas humanas.

-Tonterías tuyas, ahorita acabaste con la iglesia y sus venerables representantes y ahora te pones un antifaz bondadoso.

Yo, atrincherado detrás de la bondad, alegué: «El hombre es bueno, pero está engreído de sus escasos logros. Hay que apearlo del Olimpo.

¿Y tú llamas bondad el ridiculizar nuestro sacerdote? -dijo ella-. ¿Por qué no pones tu pluma al servicio de la Virgen y abandonas esas comiquerías herejes?

Creo -dije para sacar un pie del averno- que confundes lo cómico y el chiste con el humorismo. Alguien que se cae en la calle, produce risa: es un efecto cómico. En el fondo nos reímos de su torpeza de dejarse caer. Lo cómico emana de la torpeza. Así opina un señor muy inteligente llamado Bergson.

¡Ah! -dijo ella furiosa- ¿ahora insinúas como chiste que mi cura se cayó aquella vez por bruto?

No -aclaré rápidamente- no, al contrario, sabes que esa caída me apenó mucho. Creo que confundes el humorismo con los chistes, que generalmente se logran a base de un juego de palabras, muchas veces vulgar y procaz.

-No escondas tus herejías con filosofías. Madre -le dije- Bergson, Freud, Fernández Flores y otros señores respetables consideran que el humorismo es algo serio y digno de estudio, tanto, que Cervantes y Shakespeare, que no atacaban clérigos, crearon arquetipos humorísticos como Don Quijote y Falstaff, que la humanidad respeta y admira. Entonces -dijo secándose las manos en el delantal- si el humorismo es algo serio y útil, por qué lo disparas contra cosas sagradas y no contra el arquetipo de ti mismo?

¡Muy bien! -le dije disfrutando de su desliz -precisamente el humorista para criticar comienza riéndose de sí mismo, de sus limitaciones. Mi intención fue el valerme del humor para ridiculizar a los dictadores y a sus incondicionales, y otros arquetipos, limitándome a imitar la técnica que creó a Don Quijote, Sancho Panza, Hamlet, Don Juan, etc.

-No olvides querido hereje, que Cervantes, Shakespeare, Moliére, eran genios, y tú nunca te ganaste ni una simple medallita. Yo te he dicho -continué implorante- que saques la sotana del debate. El chiste y lo cómico se proponen lograr la risa y la carcajada; sin embargo el humorismo aspira únicamente a lograr una sonrisa benevolente. Si el humorismo logra una carcajada escandalosa, ha fallado. Madre, el humorismo es cosa seria, es una forma de idealismo. Es una reprimenda con anestesia local. Critica a arquetipos e ideas, no a personas.

-¿Por qué eres ingrato con quien te bautizó y bendijo nuestro techo?

¡No! -le dije quitándome de arriba el San Benito de ingrato-. Critico al dictador y toda su fauna de colaboradores deshonestos, y eso no toca a nuestro buen sacerdote. Además, tú sabes bien que él me bautizó mis hijos y no me cobró el agua bendita. ¡Ah! -dijo mi madre desenvainando de nuevo el rosario- ahí sigues con tus ironías de aguas gratis y aguas cobradas. El costo material del agua se cobra, pero sus efectos mágicos la iglesia los da gratis. El padre nos santifica con agua de un río Jordán cuyo cauce no pasa por tu pecho hereje. Perteneces a esos hijos de ahora, «liberados» de Dios. Rezaré para curarte de tu desafortunado complejo de sotanas, y liberarte de a Santa Inquisición.

¿Ves mamá -le dije con optimismo- que al clasificarme como un arquetipo del hijo malo de hoy haces humorismo? ¿Por qué no colaboras en esta novela?

Pues lo haría -dijo- si sacas a mi cura de ella.

Pero madre -le dije sumiso- a él no hay que sacarlo, pues nunca estuvo en ella. Allí únicamente estuvo un falso representante del Señor: un impostor. Y tú y yo no vamos a reñir ahora por un impostor…

¡Ah bueno! -dijo ella con la faz triunfante, arrodillándose ante la Virgen coronada de claves-. ¡Gracias Virgencita por sacarle a mi hijo tantos disparates de la cabeza!

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