Confesiones de un ciudadano de edad incierta

Confesiones de un ciudadano de edad incierta

Siempre quise ser abogado. Abandoné los estudios en el segundo año. Necesidades mayores, me confesó.  El Derecho Penal me apasionaba. No me perdía una cátedra de Don Pachi. Era fascinante. Un enamorado de Garraud. Me lo imaginaba en estrado dando bastonazos, como hacía en clase. Hubiera querido ser como él.  Me entusiasmaban también las cátedras de Don Leoncio. Era muy ameno.

Nos hablaba de Ferri, Lombroso,  racista desfasado por los avances de la ciencia. Salido de la universidad, me hice aficionado de tales  lecturas. Con mis magros recursos, hice mi pequeña biblioteca de novelas policíacas  y casos donde un abogado defensor se hacía cargo de esclarecer y proteger  un inocente, o un fiscal íntegro, convencido de su verdad, se preocupaba porque se hiciera justicia. Igualmente el cine que tocaba esos temas. El cine y  los libros eran baratos y mi voracidad creciente.

En tiempo libre  me paseaba por los tribunales hurgando algún caso importante. Eran pocos durante la Dictadura. Después las cosas cambiaron, pero mi pasión no. Mis héroes seguían siendo “Los Intocables”,   y esos abogados que desafiaban el poder y defendían a los perseguidos políticos, encarcelados por el régimen. Expedientes prefabricados sometidos a un Juez, más temeroso que escrupuloso, para condenar según “su íntima convicción.” Un sistema judicial acusatorio verdaderamente deplorable. Se  imponía una nueva normativa procesal para  una sociedad en crisis, consumista, perturbada, en franca descomposición social y moral.

No  que se privilegiara la forma sobre el fondo,  donde un criminal, un narco peligroso, salía absuelto “por falta de prueba”, y una sentencia anulada por una coma mal puesta. Donde abogados duchos se llenan los bolsillos con oro mal habido, y el Ministerio Público,  representante de la sociedad, abusa de facultades discrecionales. Ignora el papel del Juez. Negocia seguridad e impunidades a cambio de denuncias, hipocresías, y confesiones de hechos conocidos. Cárceles privilegiadas, penas reducidas, ínfimas para  capos y secuaces. Para crímenes horrendos. Pereza investigativa de la Policía Judicial. Incapacidad, impotencia y presunta complicidad con el crimen organizado.

Reniego de este simulacro de Justicia. Del espectáculo mediático. Del abandono de  doctrinas jurídicas clásicas,  de pensadores y filósofos ilustraron  sobre el bien y el mal, la bondad y el respeto por la ley, el castigo a los malhechores. El fin de la justicia, dar cada quien lo que merece. En estos tiempos donde la ética y la moral se han extraviado, pido justicia. Reniego de la presunción de inocencia. No la creo aplicable a funcionarios públicos hacedores de fortuna; Tampoco a criminales. A “psicópatas perversos.” Gente de peor ralea, hechos para el crimen y el delito.  “Por sus hechos los conoceréis.”

Como ciudadano común, abomino de todo esto: Asesinatos,  secuestros,  torturas. Me indigna el robo, la estafa, la extorsión, el despojo, los abusos.  Confieso que “toy jarto” de tanta impunidad. De tanta inseguridad, de tanta maldad e impotencia. Sigo admirando al Juez valiente, al legislador incorruptible, al  fiscal  que actúa en cumplimiento de su deber, leal a su conciencia, social y humana; como al abogado defensor de causas nobles y justas. Espécimenes raras en estos tiempos convulsos, lo confieso. Algo debemos hacer…       

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