Confesiones

Confesiones

Escribo estas líneas hoy, cuando cumplo el tercer año de mi octava década de vida. Nací en el 1931. Escribo de sorpresas y esperanzas.

Mi madre, Conchita Pellerano, no podía tener más hijos. Mi destino era ser “hijo único.”

Mi padre no le dio importancia al asunto. Se limitó a decir: “Yo lo que aspiro es a que sea un buen dominicano”. Espero haberlo complacido. Mi madre, formada en la escuela hostosiana, impregnada del pensamiento del maestro Hostos y de Salomé Ureña y sus seguidoras, anhelaba que yo alcanzase un título. “Tener un título académico es muy importante” –me dijo muchas veces a través de los años–.

Pues yo no tengo un título académico. No asistí nunca a una escuela, pero he sido llamado “maestro” en Conservatorios e importantes Orquestas Sinfónicas de este continente y de otro –que no se sabe cuán viejo sea–, y siento haber cumplido con el deseo materno de que tuviese un título ya que, por el tradicional valor del rango, en Europa me llamaran “Su Excelencia el Embajador”.

Al fin y al cabo eran títulos. Era lo que mi madre quería para que presidiese el nombre de su hijo.

Títulos.

Cada vez valen menos.

Y me alegro de no ser doctor, porque un importante número de los doctores no son doctos y con el “facilismo”, los títulos hoy no significan nada. Cierto amigo, respetado doctor en Derecho, ha prohibido que se le llame “doctor” si no está actuando como tal.

Me han regocijado mucho los trabajos de Minerva Isa sobre Marcio Veloz Maggiolo (los italianos dirán “Marcho Veloche Mayolo”). Minerva, en su excelente trabajo, expone la integridad y honestidad con que este magnífico escritor nuestro, que sobre todo es dominicano, presenta con el corazón abierto nuestras realidades, sin temores ni eufemismos.

Él sabe bien que el mundo ha dado vueltas trágicas, como las de un trompo errático y maloliente. Leamos la Historia Universal, leamos a Shakespeare… si esperábamos encontrar solo personajes positivamente valiosos, nos asombraremos, porque nos presenta reyes y mendigos, locos y confusos, ambiciosos y perdidos, tontos y sabios con igual importancia.

Y es que todo es importante.

Las unicidades no existen en la Creación.

La sugerencia que implica la Trinidad es una clave misteriosa, tan compleja que sobrepasa nuestra capacidad intelectiva.

No obstante, se presenta en todo. Nada es total, nada es absolutamente bueno o malo, añadido a un ingrediente que no está a nuestro alcance: lo anterior, lo de otras vidas. Si alguien cree que todo empezó ahora, está dolorosamente equivocado.

Somos una consecuencia de pasados.

De un modo u otro, con unas u otras palabras, todo el hondo pensamiento cae en lo mismo.

¿Podremos cambiar hacia mejor?

Sí. Y debemos esforzarnos por recuperar lo mejor que teníamos: una buena condición humana que hemos dejado evaporarse en recuerdos blandos de tiempos tiránicos, cuando el abuso y la malignidad estaban restringidos a un grupo controlado. No había tantas máscaras para cubrir el descaro y el impudor.

No es siempre cierto aquello de “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Muerto Trujillo se acabó su tiranía, ya decrépita e irresistible, para dar paso a un gran revoltijo de ambiciones astronómicas.

Y a un descaro descomunal.

 

 

 

 

 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas