Prueba de fuego. Adaptabilidad, coraje y paciencia se fueron desplegando para afrontar los cambios en el hogar, una readecuación que exigió gran creatividad al convertirse en escuela, oficina o taller.
Las noches no alcanzan para contar las mil y una historias que se fueron tejiendo en un año de pandemia desde que, de repente, el hogar se convirtiera en un espacio multiuso: escuela, oficina o taller, roles diversos sumados al tradicional, tornándose también en gimnasio, en centro virtual de reuniones parroquiales y conferencias laborales.
Un lugar de forzado encuentro entre padres e hijos que apenas se veían, al imponer un virus la convivencia familiar, entonces resquebrajada, más difícil aún, un pandemónium, en el caserío de la marginalidad barrial, donde el SARS-CoV-2 compite o se asocia a una fuerte carga multiviral y bacterial por la insania ambiental y el hacinamiento.
La dinámica familiar resultante de este sui-géneris cóctel de roles fue una prueba de fuego. La batalla contra la covid-19 ha ido mucho más allá que evitar el contagio. Obligó a la ruptura abrupta de una rutina y hábitos establecidos a una nueva cotidianidad, la “covidianidad”, propiciando situaciones inéditas que exigían fortalecer la capacidad de afrontar la adversidad, adaptarse al tránsito de una relativa estabilidad mental y emocional a una permanente incertidumbre.
Reencuentro. Historias sin fin surgieron del confinamiento, niños y niñas que vivieron días mágicos deslumbrados con la presencia de mamá y papá en la casa, como nunca habían visto.
Un reencuentro en el que pudieron compartir el almuerzo, conversar, interactuar con los jóvenes, conocerlos mejor, algo antes vedado por un estilo de vida sin tiempo de familia, que apenas permitía verse fugazmente en la noche, acaso al atardecer.
Ajenas al temor de la pandemia y sus secuelas, muchas niños vivieron días felices en compañía de hermanos mayores a los que casi no veían. Días felices, sí, pero tan solo días, pues pronto llegaron nuevos estresores, fuertes presiones económicas sumadas a las fatigas del encierro y, con ellas, discusiones que crisparon el ambiente, exacerbando la violencia.
El aislamiento social, la pérdida de empleos, inflación, contagios, desencadenaron tensiones que potenciaron los efectos psicológicos del confinamiento: ansiedad, irritabilidad, depresión, unidos a la muerte del cónyuge, un hijo, la madre u otros parientes a causa de una pandemia que desde el primero de marzo de 2020 ha dejado en el país más de tres mil personas fallecidas y sobre 250 mil contagiadas.
Sin respiro. Antes de la reapertura, mujeres y hombres sorteaban el tiempo entre el teletrabajo y ocupaciones del hogar que requerían de resistencia y paciencia para mantener el equilibrio con otras responsabilidades, el cuidado de hijos e hijas, padres y abuelos, entre quienes la aprensión comenzó a bajar al iniciarse la vacunación contra la covid-19.
Situaciones imprevistas vivieron padres e hijos integrados a la limpieza del hogar, a cocinar y fregar, a la desinfección de espacios y artículos procedentes del supermercado. Jóvenes con destrezas tecnológicas dedicaban un tiempo a asistir a hermanos menores en las clases virtuales, a la madre o al abuelo en el teletrabajo, la comunicación con familiares y el pago de servicios, vivencias que en muchos reforzaron la resiliencia.
De esta experiencia, varios hogares resultaron fortalecidos, se esforzaron en lograr una armoniosa convivencia, en mejorar la comunicación padres-hijos, la relación de pareja. En otros se abrieron nuevas grietas en la integración familiar, aunque físicamente juntos, jóvenes, y adultos, también los niños, seguían tan aislados como antes, conectados a su teléfono móvil.
La escuela en casa. Historias sorprendentes surgen de la educación a distancia, que si bien evitó la pérdida del año escolar y mayores contagios, ocasiona déficits en el aprendizaje y aumento en la brecha en la enseñanza público-privada.
La educación virtual permite un avance tecnológico pero un retroceso en la asimilación de contenidos, además, creció la deserción, sobre todo universitaria, inducida también por causas económicas. Además, con el encierro, el alumnado perdió el espacio físico para socializar, la interacción esencial en la niñez y adolescencia, provocando cambios conductuales, trastornos psicoemocionales
Para las madres es inmenso el esfuerzo en la atención de hijos menores en las clases “online”, orientarlos, vigilarlos, lo que les quitó tiempo en el teletrabajo y tareas del hogar. Luego de la reapertura económica continúan asistiéndolos desde su centro laboral, salvo quienes pagan una tutoría o a quienes su baja formación se lo impide.
Tras retornar al trabajo presencial, muchas siguen a cargo de la cocina, pues retiraron el servicio doméstico por temor a contagios o para aminorar gastos tras ser cancelado el esposo o la hija suspendida, a la espera de una reposición que no llega, un déficit solo atenuado por RD$8,500 de ayuda gubernamental.
Habilitando espacios. A fuerza de ingenio, se dispuso la redistribución del espacio en el hogar, unos angostos, otros con más holgura destinaron una habitación para aula virtual, oficina o consultorio médico, taller de costura o ebanistería, a veces al no poder pagar el local donde funcionaba.
Negocios diversos, bienes raíces, ventas en línea, salón de belleza y otros operan en la casa, parte de una economía confinada que impulsa el crecimiento del comercio virtual, acelerado por el covid-19, también la modalidad de pedidos por deliverys a supermercados.
Las mayores tensiones y complicaciones espaciales surgen al contagiarse uno o más miembros de la familia, en algunos casos, todos. La atención al paciente y gastos médicos se suman a la preocupación de que empeore y muera. Cuando no amerita ser ingresado, la casa se torna en una especie de hospital, donde no siempre disponen de una habitación para aislarlo.
Mil y una historias surgieron del manejo del infectado en el hogar, de los momentos cruciales con su traslado a un centro de salud, la tensa espera para una prueba de la covid-19, los apremios con el toque de queda.
Historias inolvidables de encuentros virtuales de oración, también presenciales como el culto dirigido por un pastor que cada tarde tomaba un altoparlante en la explanada de un edificio de esta ciudad para predicar y leer pasajes bíblicos, entre oraciones y cánticos, acompañado por adultos y jóvenes desde los balcones.
Encierro asfixiante para los hacinados
Muy poco claustro han tenido durante la pandemia familias que residen en barrios de la periferia, tan apiñados que al aire libre suelen tener más distanciamiento que en sus hogares. Viven en un hacinamiento tal que, junto a otros factores, incidió en los contagios y muertes por la covid-19 entre esa población.
Difícilmente se sometían a las restricciones y limitaciones que reclamaba el estado de emergencia, el toque de queda.
Permanecer en casa, antes de la apertura, implicaba recluirse en un ambiente insalubre, viviendas abarrotadas, en alta proporción sin acceso a agua potable ni a un sistema sanitario, a veces público, distante. Un grave problema al detectarse uno o más casos de contagio.
La vida en el hogar, huyendo del coronavirus se dificulta entre gente acostumbrada a la calle, donde a diario busca el sustento con el motoconcho, merodeando en mercados o semáforos, en puestos de venta en esquinas, con la libertad de movimientos que les ayuda a “buscársela”.
Con la pandemia, la desigualdad social se torna más evidente. Familias de clase media han soportado un aislamiento más riguroso, mientras en las de media alta y alta disfrutan de mayor expansión, viajan los fines de semana a sus villas en Punta Cana o Casa de Campo, libres de restricciones de toque de queda, o recreándose en casas campestres en zonas de montañas.
LAS CLAVES
- Economía doméstica
Son tiempos difíciles para la economía familiar, con un escenario económico y financiero adverso, agravado por la reducción del ingreso y la inflación, en el que preservar el equilibrio requiere de especial disciplina en el presupuesto familiar. Y, además, estar conscientes de que durante una crisis los ingresos nominales tienden a estancarse y a disminuir en términos reales. Por tal razón, se recomienda analizar la reducción o supresión de gastos fijos no imprescindibles, a fin de compensar el incremento de precios en aquellos gastos básicos, insustituibles. - Salud financiera
Ante la ausencia de ahorros, más que apelar a préstamos rápidos, al endeudamiento desmedido, procede controlar el gasto para que la salud económica y financiera no se agrave más. Financiar los gastos fijos e imprevistos mensuales con los ingresos habituales, evitar la tentación de un mayor uso de las tarjetas de crédito, reservándolas para casos extraordinarios. - Regla 70/30
Existe una regla general en la economía doméstica: Asignar el 70% de los ingresos a gastos en vivienda, educación, salud y transporte. Y 30% en partes iguales a la cancelación de deudas y ahorros. Una vez cancelada la deuda, destinar el 20% de ese monto al ahorro. - Impacto psicológico
Los efectos del aislamiento social por la covid-19 hacen presa de jóvenes abatidos por la libertad restringida, la diversión condicionada. Depresión, ansiedad y otros trastornos que también afectan a niños, adolescentes y adultos, en especial los de mayor edad, entre quienes se ha llegado a ataques de pánico, a la paranoia pandémica. - Un respiro
Aunque presas del temor al contagio, las personas que en los inicios de la pandemia asistían a sus centros laborales, disfrutaban de calles solitarias, silenciosas, sin entaponamientos por la escasa circulación de vehículos, de un aire libre de monóxido de carbono, de contaminación, que ha retornado con la reapertura de la economía. - Compras nerviosas
A principios la covid-19 generó pánico, el miedo al desabasto inducía a compras compulsivas en supermercados y farmacias, adquiriendo artículos de consumo y medicamentos para tener reservas. Luego, las compras se sosegaron, hubo que sopesar el gasto, sobre todo cuando el presupuesto comenzó a presentar mayor desbalance con la inflación, pérdida de empleos y quiebra de negocios - ZOOM
Desintegración
La pandemia congregó a padres e hijos en momentos de gran desintegración familiar por la ausencia de valores y otros factores que impiden la sana convivencia, la dedicación de tiempo a los hijos por apremios económicos, pero también por el consumismo y al priorizar proyectos personales. Influyen el pluriempleo, los divorcios, irresponsabilidad paterna y la alta proporción de madres solteras. Asimismo, la separación de los hijos con la emigración al exterior del padre, la madre, o de ambos.