Conflicto a la vista en área “rusa”

Conflicto a la vista en área “rusa”

The New York Times
News Service
NUEVA YORK —
Cada verano, los turistas rusos llegan por miles a un área turística del Mar Negro a la que consideran propia. Acuden con el anhelo compartido por los turistas de todo el mundo; en busca de sol y bebidas y días de descanso en la costa. Su destino es oficialmente Georgia. Pero en su mente no es Georgia para nada.

Es Abjasia, uno de los asuntos espinosos que dividen en el volátil Cáucaso a Rusia y a Georgia, que goza de apoyo occidental. Y es una de cuatro pequeñas regiones en los alcances sudoccidentales de la ex Unión Soviética cuyo estatus sigue sin resolverse 15 años después de la desintegración soviética. Las otras — Ossetia del Sur, Nagorno-Karabaj y Transnistria — están en Georgia, Azerbaiyán y Moldavia, respectivamente.

Estas cuatro son las separatistas, regiones que no reconocen a los gobiernos de las naciones en que se encuentran. Todas han declarado la independencia. Estos conflictos congelados, como se llama a las disputas, han socavado la estabilidad y desarrollo de una gran franja del territorio ex soviético.

Todas fueron escenario de guerras breves y viciosas que terminaron en los años 90 con ceses al fuego que hasta ahora se han sostenido en su mayor parte. El statu quo en las cuatro ha asumido una forma perdurable: un régimen local centralizado con intenso apoyo extranjero (de Rusia, en todas excepto Nagorno-Karabaj, donde Armenia es el patrono principal), fuerzas de seguridad locales e identidades cuidadosamente cultivadas.

Cada una ha tenido formas múltiples de conflicto: No sólo guerras libradas por el territorio y la solidaridad étnica, sino guerras comerciales y guerras de percepción y por el apoyo externo.

¿Qué son exactamente estos lugares? Las respuestas, siempre apasionadas, dependen de a quién se le pregunte. ¿Naciones? ¿Estados? ¿Pequeños estados étnicos? ¿Regiones de inversión extranjeras, lejos de los ojos y alcance de reguladores? ¿Zonas anárquicas para los agentes del mercado negro, fugitivos y terroristas?

En el caso de Abjasia, donde los turistas despreocupadamente tratan a las playas de otra nación como si fueran propias, las respuestas muestran cuán peculiares son estos enclaves, y cuán elusivas son las soluciones.

Para un turista ruso, Abjasia es un paraíso semi-tropical, un territorio frondoso donde los elevados riscos del Cáucaso caen pronunciadamente hacia el mar. Muchos rusos consideran como irrefutables los intereses de Moscú en la región. La costa abjasia, después de todo, fue desarrollada por zares y posteriormente por el propio Lenin. Stalin y Laverentiy Beria, su siniestro jefe de la policía secreta, pasaban sus vacaciones en dachas estatales en Abjasia, dando a la costa abjasia su distinción como el lugar de descanso más deseado de la Unión Soviética.

Las cosechas locales, que incluyen tangerinas y té, marcan un implícito contraste con otros climas soviéticos. Piense en una Florida soviética semi-desarrollada, la Riviera Roja, aunque ahora con armatostes bombardeados.

Para los abjasios, que dan la bienvenida a los turistas rusos y su dinero, su tierra es más que un campo de juegos. Abjasia se considera una nación. Emite visas, tiene un presidente electo, opera ministerios y cuenta con una fuerza armada que afirma puede ser aumentada con una fuerza de reserva que tomó como modelo a la suiza, con miles de ciudadanos armados y entrenados listos para reunirse en ubicaciones tácticamente importantes a la brevedad tras un aviso.

Pero no es una nación. Es un enclave étnico, sostenido por quienes ocuparon el territorio cuando se alcanzó el cese al fuego en 1993. Ningún otro país lo reconoce. El cese al fuego sigue siendo monitoreado por observadores de la ONU.

Para el Kremlin, Abjasia es un protectorado. En los últimos años, conforme Georgia se ha dirigido hacia Occidente y sus capacidad militares han mejorado, en parte con ayuda del Pentágono, Rusia ha concedido la ciudadanía a la mayoría de los habitantes de Abjasia. Es una política similar a la anexión. Los abjazios se han convertido, al menos en términos de los documentos que portan, en “rusos” que viven en el extranjero.

Este apoyo deja al Kremlin abierto a acusaciones de hipocresía, dado que Rusia considera a su propia integridad territorial como inviolable y no abierta a discusión, aun con un pueblo, los chechenos, que quiere separarse.

Rusia ha destruido a gran parte de Chechenia y matado a por lo menos decenas de miles de personas para hacer valer esta opinión en casa. El Kremlin también se ha mantenido firme respecto de otras disputas territoriales. Apenas la semana pasada en las islas Curiles, frente a la costa oriental de Rusia, su guardia fronteriza disparó a una embarcación de pesca japonesa que pescaba cangrejos en una disputada área fronteriza. Un pescador japonés murió. Rusia culpó a Japón.

Como Rusia se está envalentonando en el escenario mundial, los jugueteos de verano en la costa abjasia contradicen la tensión que rodea al lugar.

Mijeil Saakashvili, el presidente de Georgia educado en Columbia que llegó al poder en 2004, ha hecho de la reunificación nacional un objetivo central. Está armado con el mapa del mundo, que muestra a Abjasia como territorio georgiano.

Los líderes abjasios, sintiéndose seguros bajo la protección de Moscú, tratan las declaraciones de restablecer la autoridad georgiana como un llamado a la guerra. Y no sólo Abjasia está en ebullición. Este año ha traído nuevos problemas en los cuatro enclaves.

Ucrania y su presidente de inclinación occidental han apoyado a Moldavia y puesto freno a las exportaciones ilegales desde Transnistria, una zona manufacturera controlada en parte por oscuros intereses rusos. Rusia, furiosa con Georgia y Moldavia, ha prohibido las importaciones de los vinos y licores de ambos países.

Los líderes azeríes y armenios, incluso después de años de presión de Francia, Rusia y Estados Unidos, no encontraron una solución a Nagorno-Karabaj, el enclave controlado por armenia dentro de Azerbaiyán donde una larga y montañosa línea fronteriza está en tensión con tropas armenias y azeríes. Sus disparos ocasionales de proyectiles y francotiradores han cobrado vidas en ambos bandos. Azerbaiyán planea modernizar sus fuerzas armadas, usando sus crecientes ingresos petroleros.

Ossetia del Sur, una región sin costa en Georgia en la frontera Rusia a la que Georgia considera como refugio de contrabandistas, ha tenido misteriosas explosiones. Y Abjasia ha dicho que una reciente operación especial georgiana para eliminar a un grupo paramilitar desafiante de una hondonada cerca de su línea de demarcación indica preparativos para una guerra.

Georgia niega eso, pero la semana pasada Saakashvili ordenó duplicar las reservas militares de Georgia, a 100,000 soldados, una acción que Abjasia describió como militarización. Y así una cosa lleva a otra.

Pero ahora es verano, sin embargo. Los turistas acuden a las playas. Aunque en menor número que el año pasado, sugieren cuán firmemente los enclaves siguen bajo el dominio de quienes los controlan. Cada tren que llega también refleja cómo las complicadas historias y atrincherados intereses de los enclaves hacen improbable una pronta solución.

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