Conflictos de alta peligrosidad

Conflictos de alta peligrosidad

Los sucesos que enfrentaron a ciudadanos dominicanos con haitianos en Neyba pueden generar repercusiones negativas para nuestro país, sobre todo desde el punto de vista internacional, donde existen países, organizaciones y hasta individuos que nos quieren endilgar el mote de racistas, con la finalidad de que sea la República Dominicana la que cargue con el peso que significa Haití, Estado no sólo fallido, sino que por sí sólo, sin una ayuda masiva de todo género, sucumbirá irremediablemente por no tener ni siquiera lo más elemental para vivir, que es la producción de alimentos en terrenos sumamente degradados por la deforestación y la explotación intensiva del poco suelo cultivable que le queda.

Se afirma que los dominicanos discriminamos los haitianos, que somos xenófobos únicamente con los habitantes del vecino país.  Si bien es cierto que los dominicanos, por haber sido subyugados por la primera república negra del Continente y que también somos el único país que se independizó de otro en América; no es menos cierto que al ser víctimas de una invasión pacífica, ya tenemos casi dos millones y en aumento porque los encargados de controlar nuestra frontera, mantienen un vulgar negocio, en donde dejar pasar un indocumentado  en algunas ocasiones tiene un valor de cien pesos.

Los haitianos han confrontado muchos problemas en la obtención de actas de nacimiento cuando nacen en nuestro territorio.  Sin embargo, es un hecho insoslayable que los hospitales de maternidad de nuestro país realizan más de cien partos diarios de haitianas que por cuestiones humanitarias se les permite que vengan a parir aquí.  Pero como esas personas carecen de permiso legal –estando en tránsito- no se consideran residentes y no pueden alegar la nacionalidad dominicana como pretenden muchas personas que se les otorgue.  Ahora bien, debemos conocer la Constitución de Haití, en donde uno de sus considerandos establece que “la Isla es única e indivisible”.  Como cuando se votó esa Carta Magna, Haití era la colonia más rica y poderosa de Francia, inclusive había derrotado la flota  de Leclerc, el cuñado de Napoleón, su poderío era incuestionable y lo ejerció doblegándonos por veintidós largos años.  De esa dominación todavía queda un resquemor que muchos dominicanos enarbolan y se califica entonces de racismo y no de patriotismo como se debe denominar. Ya el año pasado, en Hatillo Palma ocurrió un incidente en donde, en represalia por un haitiano haber matado un dominicano para atracarlo, los vecinos se constituyeron en turba y lincharon a dos ciudadanos haitianos, que según las investigaciones posteriores, uno ni siquiera participó en el hecho, pero tuvo la mala fortuna de encontrarse en el lugar de los hechos cuando la turbamulta decidió hacer justicia y vengó lo que ellos consideraron fue un vil y vulgar asesinato.

Los dominicanos vemos con indignación, cómo vulgares comerciantes y explotadores del trabajo infantil, penalizado por la UNICEF, pasan por la frontera como Pedro por su casa, un número indeterminado de infantes y mujeres pordioseras que con disimulada agresividad, importunan a  los conductores en las esquinas de Santo Domingo y otras ciudades como Santiago.  ¿Cómo llegan esos niños y sus “madres”?  Hay un tráfico organizado y “pagando peaje” que al parecer nuestro Director de  Inmigración no lo ha podido o querido controlar.  ¿Cuál es la finalidad de estos pordioseros?  Molestar a los conductores en especial cuando éstos o no les hacen caso o les indican que vuelvan para su país, ya que aquí tenemos suficientes limosneros en las esquinas.  Ojalá en el país, o al menos en las ciudades, se tomen las medidas que están llevando a cabo algunos países árabes que prohíben los mendigos profesionales y los llevan a recintos destinados para confinarlos.

Lo acontecido en Juan Gómez, Guayubín, en donde un numeroso contingente de vecinos incendió un barrio de indigentes haitianos es un acto inhumano y hasta criminal.  Si las autoridades no le ponen coto a esta bola de nieve, la misma podría convertirse en alud. 

Que la autoridad imponga el orden y se cumpla la ley, o debemos atenernos a las graves consecuencias que esta incuria producirá. 

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