En los últimos cuarenta años la sociedad dominicana se muerde la cola, aunque le duela y aunque se dañe.
Los principales motores de cambios sociales- educación, políticas adecuadas, distribución de las riquezas, instituciones y liderazgos constructivos- están paralizados. Salvo minúsculas variaciones, la cultura nuestra está congelada (en sociología, una cultura congelada es aquella que no evoluciona, manteniendo estáticos valores, creencias y comportamientos).
La congelación cultural trae como resultado la atmósfera y el sentimiento de lo inconcluso; de que nos falta terminación, detalles finales, un buen pañete, un borde recto, una pintura sin descascararse, una tubería que no filtre, un piso sin losetas cuarteadas ni esquinas rotas. La finition, el acabado perfecto. Observemos el eterno proyecto de la entrañable ciudad colonial. Allí, después de décadas, la ciudad romántica exhibe poca remodelación y un montón de deterioro. La restauración sigue entumecida. La vieja ciudad amurallada es la metáfora perfecta de lo inconcluso.
La clase política, cuyo deber es efectuar las transformaciones necesarias, luego de su heroico y fundamental protagonismo en el establecimiento de nuestra enjuta democracia no sólo se ha paralizado sino que ha devenido, aplicando estricta lógica y definición jurídica, en una asociación de malhechores, con una absoluta ineficiencia para desarrollar la nación. Mantiene así las temperaturas bajas de la hibernación social. La universidad, otrora calor de cambio, es otra víctima de la helada. En la universidad estatal las estructuras no varían, cautivas de una casta profesoral y burocrática autista. Las privadas, gradúan técnicos más que universitarios incrementando ese sector de la juventud que se atiene a un sálvese quien pueda y al me lo voy a dar atontada por el consumismo y la inmediatez. En los programas de educación oficial, solo cambian los ministros y el contenido proteico de la leche.
Los empresarios han prosperado y multiplicado sus riquezas como le es licito hacerlo en un sistema capitalista; se han descongelado tecnológica y administrativamente, se han internacionalizado y han educado a sus vástagos colocándose de esa manera en el umbral de la modernidad. No obstante, y a pesar de claros y plausibles esfuerzos, se han quedado fríos en sus deberes sociales. La capacidad del empresariado para derretir al Estado, a la Iglesia y al colectivo ha sido neutralizada por la necesidad de proteger sus intereses de la avidez fiscal y, en ocasiones, por beneficiarse del mismo. Todavía exhiben la necesidad atávica de tener la bendición eclesiástica de la que el protestantismo liberó a sus colegas europeos. El capital nuestro tiene escarchas y tareas inconclusas. En 1948, José Figueres, Pepe, en Costa Rica reventó el hielo de la cultura político- social de su país con centenares de reformas trascendentales, convirtiéndolo en la suiza de América. El prócer tico es recordado con devoción y agradecimiento.
Toda esta cavilación viene provocada por La Cumbre que se avecina.
Convite que pudiera ser efectivo a pesar del pesimismo generalizado con el cual se espera. Pero si deviene en otro show mediático como se ha pronosticado, quedaremos más congelados y más inconclusos que nunca.