Para esa fecha histórica, por tradición, el pueblo dominicano, siempre esperanzado, aguarda el anuncio de innovaciones y cambios en el tren gubernativo que enrumben el destino de la nación, honrando el gesto de los restauradores. Otros, sólo, su reafirmación.
La fecha coincide con el posicionamiento de senadores, diputados, alcaldes y regidores y demás funcionarios electos en las pasadas elecciones, algunos por enésima vez.
El pueblo, siempre anhelante, espera hechos significativos que varíen la conducta y la intención política, capaz de crear expectativas que borren el pesado lastre de tantas lacras y deficiencias que caracterizan al país, aun en tiempo de mayor bonanza: pobreza, iniquidad social, corrupción, debilidad institucional, criminalidad, desempleo, endeudamiento y despilfarro, lacras y deficiencias que no son resultado de este único gobierno que se multiplica, sin querer o saber cómo enfrentarlas. Este artículo se adelanta al 16 de agosto, para ser publicado hoy, el día 18, pero nada aventurado sería predecir que tales cambios no se producirán en esta gestión por mucho tiempo.
El presidente con sus áulicos es fiel creyente de que e palante que vamos. Que el país avanza por la ruta del progreso. Su muestrario, grandes edificaciones, estabilidad macro-económica, Metros, túneles elevados y viajes cibernéticos y el favor del pueblo votante, arrastrado por el clientelismo y la desesperanza, acredita mantener su actual política y a sus funcionarios de confianza. Un influyente dirigente del partido morado declara: ¿y con quién más vamos a gobernar? ¡Esos son nuestros bueyes! Vistos los resultados, no le falta razón.
Como primicia, el Presidente reelecto del Senado de la República anuncia, como prioridad nacional, el aumento inmediato del sueldo de su gremio, como diría Colombo: senadores de su mismo partido; no conformes con el lujo de sus dietas, sus privilegios y canonjías, se bufean de la opinión pública, de los magros salarios y las muchas vicisitudes del votante empobrecido a quien le deben su curul.
Reforzando esa estulticia, sorprende la insólita propuesta para que el aumento de sueldo provenga del barrilito, especie de lavado de dinero, espurio de nacimiento, ilegítimo por naturaleza, distante de las funciones constitucionales propias de la Cámara Alta y del Congreso.
Limpieza de escritorios y personal siguen: los que llegan remodelan despachos que los libre del fucú del perdedor y cargan con nuevos nombramientos para su séquito. En los predios de Santiago el Alcalde saliente olvidó, como tantos otros, con su derrota, sus funciones edilicias, y reparte decenas de pensiones entre sus favoritos.
A la función pública se le ha perdido el respeto. Lo que en ella había de dignidad y de espíritu de servicio, hace tiempo fue arrasado por el botín político imperante.
La sensibilidad social y el prestigio que entraña el desempeño idóneo de un cargo público, el ser orgulloso servidor del Estado, se ha pervertido, mediatizado, arrastrado por la mediocridad y el populismo barato. Yo que creí haberme curado de la capacidad de asombro, no dejo de asombrarme, con tantos otros, ante tanto escarnio y tan poca decencia.