Conmoción por Vanessa

Conmoción por Vanessa

PEDRO GIL ITURBIDES
El asesinato de Vanessa Ramírez Faña en Santiago de los Caballeros, conmocionó buena parte de la opinión pública nacional. La vida de Vanessa, joven estudiante de 18 años, se ha perdido para siempre. Pero como lo expresó el Arzobispo de Santiago, esa muerte clama justicia. Es probable, por tanto, que ese homicidio aliente nuevas estrategias en la lucha contra unos criminales cuya agresividad ha trascendido a las fuerzas del orden público.

La visión de Su Excelencia, Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio, anda por los trillos de la desesperación popular. Y es que la gente se está cansando.

Muchos otros jóvenes han sido asesinados para despojarlos de un teléfono, de una motocicleta, de algún otro bien. Víctimas de estos maleantes, han sido muchos otros miembros de la sociedad, que no son jóvenes. Y en las semanas recientes, a los ataques sangrientos y enlutecedores, se añaden oficiales y agentes de la propia policía. Pero en Santiago de los Caballeros, decenas, millares de personas, marcharon enardecidos por lo de Vanessa. Porque la gente se está cansando.

No es únicamente una forma de expresar el dolor que despierta este hecho incalificable. Tal vez muchos querían expresar su pena a los padres y hermanos de Vanessa por medio de aquella marcha. Creemos que en el transfondo, más allá de la angustia colectiva, fulguraba la protesta.

Aquella manifestación era un grito de una comunidad enervada que ha comenzado a despertar de su letargo. Porque la gente se está cansando, y ¡pobre de quien no se dé cuenta de ello!

La tolerancia tiene límites. En el país admitimos, en un instante, el robo de los vehículos y que oficiales policiales montasen en ellos, “como cuerpos del delito”. Hemos soportado sin mayores muestras que el descontento, que en el cuerpo policial militen delincuentes que son atrapados por sus propios colegas en asaltos y homicidios. Hemos visto a los políticos acabar con el tesoro público arropados por la impunidad, en tanto a un miserable que robó una pieza de embutido lo olvidan en la cárcel por algo más de un año.

Hemos contemplado improvisados banqueros que anuncian las operaciones de sus quehaceres, mientras birlan el fruto del trabajo de millares de desprevenidos.

Callados, en fin, lo hemos admitido todo. Pero la tolerancia tiene un límite, y eso fue lo que demostró el pueblo de Santiago de los Caballeros cuando en número abundante se lanzó a las calles para verter lágrimas por Vanessa. Más que a Vanessa, lloraban los que marcharon, la derrota de una sociedad que es víctima de los asesinos, los ladrones y los bandoleros. Y marchó buen número de santiaguenses, porque la gente se está cansando.

Santiago de los Caballeros es una sociedad activa. Siempre lo ha sido. Samuel Hazard, al visitarnos en 1867, se permitió establecer una máxima, que con el andar del tiempo, cobró carácter de axioma. Tras recorrer los villorrios y poblados del camino real hacia el Cibao, observó vida y progreso en las ubérrimas tierras del norte.

Fue entonces cuando llegó a la conclusión de que el pensamiento creador y la pasión productiva, se encontraban en ese suelo. Y en el pasado, cuando esa gente se levantaba, era porque se había cansado de la indolencia de los políticos capitaleños.

Prestémosle atención al grito del pueblo herido. Marchemos en las filas de los deudos emocionales de Vanessa, que no sólo la lloran a ella, sino que vierten sus lágrimas por la impotencia de la sociedad para combatir el crimen. La gente se está cansando y no deben las autoridades permitir que el llanto, que más que del dolor surge de la rabia, se desborde hasta tomar justicia por sus manos. En Santiago de los Caballeros ya se hizo en reciente pasado, y una que otra muestra de esta acritud se hizo patente por otros lados. Pero esa autoridad no puede permitir que le arrebaten las leyes de las manos.

Y por eso, y porque la gente se está cansando, debe abordarse el caso de Vanessa, que es el caso de miles de familias dominicanas, con más ahínco que el prestado hasta hoy al problema de la criminalidad. Para que prevalezca el espíritu de la tolerancia, tan pronto de este pueblo tranquilo y condescendiente.

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