Conocemos el pecado

Conocemos el pecado

Cuando muchos de nosotros pensamos, “¿Qué es el pecado?” pensamos en las violaciones a los Diez Mandamientos. Incluso ahí, pensamos en el asesinato y el adulterio como pecados “mayores” comparados con mentir, maldecir o la idolatría.

El pecado, tal como se define en las traducciones originales de la Biblia, significa “perder el camino”. El camino es el estándar de perfección establecido por Dios y evidenciado por Jesús. Bajo esa luz, queda claro que todos nosotros somos pecadores. Afecta a los culpables en sus actividades esenciales, a la mujer como madre y esposa y al hombre como trabajador, porque el pecado trastorna el orden querido por Dios.

De estas penas se desprende la enseñanza de una culpa hereditaria, el pecado original, que en el Cristianismo se borra con el Bautismo. En filosofía, para la humanidad, el pecado original es la conciencia de imperfección, que lo lleva al hombre a anhelar Ser lo que Es.

En Psicología el pecado significa angustia existencial por la necesidad de realización del si mismo, y la culpa por no lograr su esencia.

Es por el pecado que el ser humano es incapaz de realizarse según el amor, que es lo único que responde a su ser. Cuando el hombre peca, ve opacada su imagen y perdida su semejanza, es decir, la imagen se ve como nublada por las tinieblas del pecado y la semejanza que le permite desplegarse, se pierde. Existen otras interpretaciones, pero ésta parece ser la más tradicional.

Esta clasificación de los afanes fundamentales lleva a cada persona que se encuentra sumergida en el pecado a resolver sus necesidades psicológicas de seguridad y significación. A falta de una recta lectura y percepción de su propia persona, se presenta una experiencia interior de vacío, de quiebre y la persona tiende a llenar este vacío, no realizándose en el amor, que es lo que la va a hacer feliz, sino buscando, con desorden y angustia, su felicidad en los falsos ídolos del tener, poder y el poseer placer, los tres grandes ídolos de nuestro tiempo.

La experiencia de muchas personas frente a esta realidad es muy preocupante: muchos no reconocen que el pecado afecta verdaderamente al hombre, lo toman como una manera “simbólica” de explicar los males, pero no como el causante real de éstos. Para la gran mayoría de las personas resulta difícil explicar el origen del mal, porque no creen en su existencia real. Incluso se puede decir que existencialmente no reconocen el pecado en sus propias vidas, y tienden a relativizar lo que la Iglesia enseña que es pecado. Esto va parejo con una explosión de subjetivismo que hace que cada quien se convierta en juez y parte sobre sí mismo, y formule sus opciones en términos de derechos u otros semejantes.

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