En el Evangelio de hoy, Juan 14, 15 a 21, Jesús nos sorprende enseñándonos que nosotros conocemos al Espíritu. Jesús defendió a sus discípulos. Cercana su partida, les promete otro abogado defensor para que el espíritu del mal, mentiroso y padre de la mentira (Juan 8, 44), no los enrede con sus sutiles argucias.
Pero, a decir verdad, muchas veces nos sentimos huérfanos y faltos de orientación. ¿Qué nos sucede? Una experiencia personal puede ayudar a comprender esta situación.
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Yo tendría unos trece años. Estaba trabado con los problemas de la geometría euclidiana. El entonces maestrillo, después P. José Luis Lanz, S.J., me daba tutorías en un internado. No salía de su asombro. Me decía: — Maza, tienes todos los datos en el planteamiento del problema, ¿por qué estás trabado? –. Poco a poco, el perspicaz tutor Lanz fue descubriendo que yo, ni sabía los teoremas, ni tampoco quería pasar trabajo razonando con mi propia cabeza. Aspiraba a una receta mágica que me llevara a la respuesta correcta. Mi actitud haragana y mi ignorancia hacían fracasar las excelentes tutorías de José Luis Lanz.
Igualmente, fracasa la defensa de nuestro abogado, porque hemos adoptado hasta tal punto las actitudes y los presupuestos del mundo, que ignoramos vivir en un pleito y desconocemos los argumentos de nuestro Defensor. En nuestra engañada tranquilidad, no necesitamos defendernos del enemigo. Estamos tan enredados que, ¡somos aliados del enemigo!
Nos parecemos a esos “periodistas” vendidos, que tergiversan todas las marchas, porque sus intereses les han cerrado los ojos y abierto sus bolsillos.
Para conocer el Espíritu, necesitamos creer, pero no llegamos a creer porque buscamos la aprobación que viene de los hombres, en lugar de buscar la gloria que viene de Dios (Juan 5, 44).
Entremos en el pleito por la justicia, entonces necesitaremos otro Defensor.