La práctica de deportes de alta intensidad genera modificaciones en el aparato cardiovascular relacionadas con cambios en el sistema nervioso autónomo, volúmenes de sangre movilizados y procesos metabólicos, sumados a estímulos directos sobre la función vascular. En el curso de entrenamiento físico sistemático, el corazón de un atleta bien acondicionado se somete a los cambios estructurales que a menudo lo distinguen de la de un individuo normal.
Estos cambios, que se describen comúnmente como “corazón del atleta” y se observan a menudo mediante la ecocardiografía, pueden incluir una hipertrofia ventricular izquierda y aumento del espesor de la pared ventricular.
El ejercicio aumenta las necesidades metabólicas, que deben ser satisfechas especialmente a través del aumento del gasto cardiaco. Las principales adaptaciones son el aumento del gasto cardiaco y del consumo de oxígeno, el incremento del retorno venoso, el aumento de la contractilidad del miocardio y la disminución de las resistencias periféricas. El incremento del gasto cardiaco durante el ejercicio siempre es superior a la disminución de las resistencias periféricas, por lo que se produce un aumento de la presión arterial sistólica con mantenimiento o incluso descenso de las cifras de presión diastólica.
Los efectos del entrenamiento se manifiestan a nivel cardiaco con bradicardia en reposo, menor frecuencia cardiaca como respuesta a un esfuerzo sub-máximo y aumento del tamaño de las cavidades cardiacas con la consiguiente hipertrofia concéntrica o excéntrica de acuerdo con el tipo de esfuerzo predominante. El aumento de la descarga de catecolaminas facilita los mecanismos arritmogénicos y de hipertensión arterial.